Como uno puede imaginar, vivir en un país nuevo puede ser una experiencia que te deja con un poco curiosidad de lo que vas a vivir. Como muchos estudiantes extranjeros, pensé muchísimo en la experiencia que me aguardaba, pero lo principal fue: "ojalá que me vaya bien, viviendo con una familia que no conozco." Es verdad, vivo sola con una mujer, una señora de España.
Claro que he acumulado demasiadas anécdotas e historias en mi tiempo con ella. Al llegar y conocerla en el aeropuerto me dio un abrazó y un beso en cada mejilla y al llegar a su casa, me dijo: "hija mía, aquí está tu casa, sí tienes alguna pregunta o algún problema, dímelo, soy tu madre Española”. Ya me dejó sorprendida la mujer; ¡qué cariñosa! ¿Y sin conocerme? ¡Qué raro!
En las primeras semanas viviendo con ella, algunas cosas eran un poco difíciles. Ella se estaba acostumbrando a mis vicios de ser indecisa para decidir lo que quería comer, y yo tenía que acostumbrarme a ducharme sólo una vez cada día, no dos, y a veces, la hora de comer, era difícil encontrar algo de qué hablar, quedándonos con pocas palabras y muchos silencios.
No sabía qué pensar, pero poco a poco las cosas cambiaron. Ya regularmente me siento con ella en el cuarto de estar y hablamos de nuestros días en cuanto llega a casa. Unos de mis momentos favoritos del día es cuando me siento con ella durante la hora de la comida y simplemente hablar; muchas veces me habla de sus hijos y otras veces de política. Casi siempre es algo interesante. ¿Y yo? Pues, yo hablo de mi familia, de la escuela y de mis deseos.
Ella me escucha, y me escucha bien. Me da sus consejos, sus opiniones, y me habla de sus experiencias. He aprendido mucho de ella.
Ahora ya casi llegamos a Mayo, el mes que me regreso a Estados Unidos. Voy a extrañar mucho la comida, la gente, el ambiente, y la vida española, pero sin embargo, lo que más voy a extrañar son los momentos con mi madre Española.