No es raro que en cualquier telediario
las falsificaciones, sus mafiosos,
sus esclavos, sus sombras y sus posos
rellenen nuestro pobre anecdotario.
El tema de la copia y su mundillo
es algo con que nadie se atraganta
si el precio de la ropa en una manta
consigue compensar nuestro bolsillo.
Más tarde nos sorprende el desatino
de ver vivir a gente en una nave
en donde trabajaban –ya se sabe–
falsificando ropas de los chinos…
Son parte de este siglo y su querencia,
la esencia consumista respaldada
por todos los que vamos en bandada
comprando y otorgando displicencia.
De forma que comprando, soy comprado,
y al sentirme otra pieza del montaje
que vive del esclavo y del chantaje
esbozo un pensamiento avergonzado:
que nadie da los duros a pesetas;
que nada se regala por dar nada;
que siempre tras la ganga regalada,
hay lágrimas tejiendo camisetas…