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Hombres y mujeres, niños y mayores, padres e hijos, consagrados y familias… todos en silencio, cada uno acogiendo la gracia del inmenso don del Padre; primero en la memoria de la última cena, después en el recuerdo adusto de la pasión, pero, por fin, en la alegría luminosa y en la esperanza de la Pascua de Resurrección. El mayor signo de la resurrección de Jesucristo es la fe de los creyentes, la comunidad cristiana.

No somos perfectos, es cierto; cada uno de nosotros podemos dar cuenta de nuestro pecado; pero todos tenemos la buena levadura de la Vida Nueva de Cristo en nuestra alma. Con esa levadura los niños y los jóvenes crecen y se levantan hacia el bien y la alegría; con esa levadura los mayores nos mantenemos firmes en la misericordia y en la ternura para con los necesitados; esa levadura levanta el ánimo de los enfermos y los ancianos en el tránsito por el dolor, incluso a muerte. Cristo es para todos, luz. Cristo es para todos fortaleza y sentido de la vida. Por eso en la Pascua la lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles da razón de que la vida de las comunidades, en sus ambigüedades y dificultades, es el mayor signo de la Vida Nueva de Cristo.

“Paz a vosotros”, nos sigue diciendo el Señor; “paz a vosotros”; las llagas de sus manos y su costado son el signo de que su amor fue más fuerte que la violencia asesina. También cuando nos llegue el momento de vivir situaciones de dolor, o cuando nuestros hermanos las vivan, podremos testimoniar a Cristo Resucitado; porque tendremos vida y daremos vida en su Nombre.

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