Abrazo de Dios

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como cristo
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(Jn 1,1-18) LA NAVIDAD CELEBRA el abrazo interminable que Dios ha querido darnos a cada uno de nosotros; en nuestras miserias y limitaciones, en nuestras capacidades; en nuestros días grises y en los luminosos; Dios nos ha abrazado y nos abraza en su Hijo Jesucristo. El Padre eterno, al enviar a su Hijo a que naciera hecho hombre, quiso adoptarnos como hijos suyos en su Hijo. Porque hace 2000 años fue Navidad, nadie tiene por qué sentirse solo y abatido. Dios nos abraza y nos acoge.

No nació en un palacio, ni en una casa rica y lujosa; sino en un pesebre, en un pequeño establo. Desde el primer día, a pesar de ser él la fuente de la pureza, vino rodeado de las inmundicias de los animales, llenándolo todo con la luz del amor que despertaba en todos. Se hizo hombre sabiendo de nuestras contradicciones y nuestros pecados. Se hizo hombre asumiendo la pobreza y la marginación de los últimos, para, desde ahí, abrazarnos a todos.

Nadie podría haber imaginado que el Dios, a quien los cielos no podían contener, quisiera hacerse hombre. Nadie pudo imaginar que hubiese querido nacer en la más radical pobreza. Pero una vez que así lo hizo, no podemos ya imaginarlo de otra manera. ¿Qué Dios sería Dios si no se hubiera hecho cercano a los más pobres? ¿Qué Dios sería Dios si no hubiera compartido su suerte con los marginados y se hubiese quedado dando lecciones desde una vida cómoda y sin dificultades? San Pablo lo explicó: la debilidad de Dios es más fuerte que los hombres.

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