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(Marcos 10, 17-30) EL DESEO DE riquezas y de consumir lo que el imperio de la publicidad nos dicta acaba por dejar helado nuestro corazón. Comienza, como toda seducción, mostrándonos las oportunidades y posibilidades que tiene: móviles de última gama, viajes a tierras lejanas, el prestigio de ropa y un estilo de vida lujoso…

También es verdad que en un principio la juventud y la vida tienen más peso que todo, pero el ídolo del dinero y del consumo esperan su momento. Y cuando llega, por dinero se renuncia a los hermanos, se abandona a los padres, se pierde a los verdaderos amigos, se deja de engendrar a los hijos que sigan dando sentido a la vida.

Si te queda el dinero, te quedas solo, con tu perro, un coche, con el que no sabes a casa de quién ir, y una casa que sientes como una cárcel. Si los vicios o la mala suerte te hicieron perderlo, no te quedan ni eso. Cuando sustituyes el amor entregado y compartido, generoso y altruista por la avaricia encubierta del egoísmo, no tardarás en sentirte y saberte profundamente solo.

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No te engañes; tú, y yo, y todos seremos tentados por convertir del dinero el ídolo a quien sacrificar la vida.

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