Seguir de lejos

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Marcos 15, 1-39 JERUSALÉN año 33. Todos hablan y comentan la llegada del profeta galileo en las cercanías de la fiesta de la Pascua. Muchos con esperanza, otros con miedo y recelo.

La mayoría sólo lo ha visto de lejos, algunos hasta se han acercado a la explanada del Templo para escuchar sus predicaciones. Todos saben que su vida está en peligro; piensan que ha de tener un «plan B», una estrategia para suplantar el poder de los saduceos y los romanos.

En ese momento era emocionante acercarse a Jesús: disidente heterodoxo, crítico corrosivo contra la hipocresía y la corrupción, hombre de paz que generaba tanta adhesión como rechazo. Pero cuando fue apresado todo cambió. Nadie quiso seguirlo de cerca. Sus discípulos, tanto las decena de galileos que lo habían seguido hasta Jerusalén, como los doce que había escogido como para instituir el nuevo pueblo de Dios, huyeron sin tardanza. Sólo algunos volvieron a acercarse cuando crucificado y agonizante se convirtió en espectáculo de escarmiento.

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Queremos ver el sufrimiento siempre de lejos, que remueva sentimientos sin que amenace con comprometernos. El miedo a que nuestra comodidad se vea en entredicho; la prevención de que no nos comparen o nos confundan con quien la sociedad teme y desprecia; el desasosiego de que sus problemas «invadan nuestra zona de confort»; la rutina, a veces vacía, que llena las horas de nuestra vida… Todo justifica que sigamos a Jesús, que sigue sufriendo en los pobres de nuestro mundo, desde lejos; por vídeos y periódicos, en vigilias y oraciones, ideológica y sentimentalmente. Pocos se atreven a seguirlo de cerca; nada ha cambiado.

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