Y una estrella brilló en…

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Sí, acaban unas nuevas Navidades: tiempo de paz, de olvidar rencillas, del volver… ¿de volver adónde?

Ha pasado el tiempo, tal vez, demasiado tiempo… ¡qué más da! El tiempo hace tiempo que perdió su medida. Ahora vivimos en el deleite del instante que se escapa de las manos como puñado de arena. Lo demás o está en el olvido, o está por venir: no se vive.

Pero aún así, a veces, los ángeles del recuerdo hacen de las suyas y reviven acontecimientos que llenan de nostalgias los recovecos del alma.
Esta tarde he vuelto a aquella calle que fue su calle, a aquella casa que yo vi levantar desde sus cimientos para ser hogar y morada de su familia. Casa, de la que un día partió para un viaje sin retorno pero que antes dejó un ruego como prendido de los aleros de ese tiempo inmemorial y que sus buenos amigos de la Asociación Estrella de la Ilusión han querido rescatar:

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Eran aquellos días de cuando la felicidad aún anidaba en aquella casa, cuando un milagro de la vida, una pequeñaja, venía a inaugurar una generación nueva y su alegría, su espontaneidad, su ilusión, su deseo rotundo, quedó patente:

– Dentro de dieciséis años no tendréis que buscar mucho la estrella de la Cabalgata.

El tiempo, que sólo para él guarda su medida, se cumplió, y aquellos viejos amigos, tal vez, recordarán aquella entrañable pretensión y aunque ella ya no estaba para recordárselo, tampoco es que hiciera falta.

Y una estrella iluminó aquella calle que fuera su calle, aquella casa que fuera su hogar y uno que es un sentimental empedernido, no pudo evitar un repeluco cuando aquella banda de beduinos llegó hasta su puerta a los sones alegres de un villancico.

El aire templado de aquella tarde primeriza de enero se llenó de olor a alhucema y un tropel de emociones acudió a mi encuentro.
Nunca hubo mujer más activa, más entregada a los suyos y a los demás.

Ni amigos más fieles. Hacer un sueño realidad nunca resultó fácil pero recordar un deseo expresado tantos años antes y ser capaces de darle vida, aún en su ausencia, tiene un valor añadido, enorme, inconmensurable.

Sí, los beduinos llegaban a su puerta y unas lágrimas pugnaban por llegar a mis ojos, pero el aire templado de esta tarde, Vísperas del Día de Reyes, estrenaba tiernas sensaciones, mecía dulces añoranzas y en el fulgor de esta atardecida que se aventuraba entre alegres sones, llegó hasta nosotros su recuerdo, tal vez, para agradecer tantos desvelos de sus viejos amigos.

Estoy seguro que en este cielo gris perla que se desdibuja entre la bruma, en el que se vislumbran las primeras estrellas; en este cielo de Dos Hermanas, no existirá hoy lucero más rutilante, luz más portentosa, estrella más radiante, que la de Pepi González Reina.
Por ella, gracias. Gracias a todos. Nunca tendremos palabras para agradecer tan grande gesto.
Y en esta tarde-noche una estrella brilló en el cielo de Dos Hermanas.

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