En la noche una Luz

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(Marcos 12, 38-44) El texto del Evangelio del próximo domingo es el de la viuda pobre. Ya lo recuerdan: estaba Jesús frente al cepillo del Templo y muchos judíos depositaban sus donativos, algunos ricos entregaban fuertes sumas; pero Jesús hace que sus discípulos se fijen en una viuda pobre que sólo echa dos moneditas; él les hace descubrir una gran generosidad, echó todo lo que tenía para vivir.

¿Qué impulsaría a aquella mujer a entregar el poco dinero que tenía para el Templo, para el Señor? No lo sabemos. Pero su gesto trasluce una esperanza y una confianza grande en Dios.

Toda viuda, de por sí, es pobre. Cuando la muerte nos arrebata a la persona con la que compartíamos toda nuestra vida, nuestro cariño y nuestros afectos, nuestro tiempo y nuestros quehaceres quedan en nada; parece que con ella se nos arranca el corazón y el hígado, y nos quedamos vacíos por dentro; andamos como autómatas sin alma, haciendo lo de siempre, pero sin encontrar vida en nada. En una sociedad patriarcal como la judía, una viuda lo perdía todo, hasta un lugar digno y respetable en la sociedad.

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Sin embargo, aquella mujer tuvo que sentir una gran luz en su interior, en medio de su soledad y su pobreza; y quiso agradecer el amor vivido, o pedir con confianza ante los problemas que habían de venir, o corresponder el consuelo y la ternura que estaba recibiendo del Padre. Ella estaba viviendo algo especial, una luz en medio de la noche. Ana, otra viuda pobre, también en el Templo acogió en sus brazos al autor de la vida; nos lo cuenta san Lucas.

Ninguna noche es tan densa que la luz del amor de Dios no la traspase y la penetre. Ninguna noche es tan oscura como para que no puedas reflejar con gestos humanos y de fe la Luz de Dios.

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