Madrid

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Cruzábamos aquellas calles del centro estrechas, cargadas de historia, con trasiego turbador y cosmopolita.
Paseamos despacio, con todo el tiempo de estar en una ciudad que no te pertenece, que te atrae y fascina por desconocida.

No había razón en nuestro estado de ánimo, la curiosidad invadía todo su espacio. Ser inmensamente feliz era nuestro destino.

Hermosos cuerpos brillaban en la muchedumbre y los bellos y misteriosos rostros anónimos fugazmente al cruzarse nos deleitaban.

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Era la gran urbe, morada multirracial, todo un espacio rebosante de sensualidad por todas y cada una de sus arterias y venas.

Volvíamos al hotel lo justo para tomar fuerza, como si fuera una orilla en la que exhausto tomas aliento para seguir con el júbilo.

Cayendo en el magico limbo de la felicidad después de saciar un sublime deseo sexual que ese Madrid enigmático nos producía.

 

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