Deseo y realidad

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(Marcos 13,24-32) La época de Jesús fue un momento en el que el pueblo judío vivía en expectativas de un mesías que iba a cambiarlo todo, y que iba a restaurar el glorioso reino de Israel. Por eso, Jesús pide silencio a todo el que lo reconoce como el mesías; ya que podía confundir a quienes lo escucharan.

En los comienzos, también las primeras comunidades esperaban que, en meses o como mucho en pocos años, Jesucristo regresaría al mundo, de forma gloriosa, para instaurar en la tierra el Reino definitivo de Dios. Tan embebidos estaban en esa creencia que algunos dejaron de trabajar y de ocuparse de los asuntos cotidianos a la espera inminente de la segunda venida de Jesucristo. Naturalmente, Jesús tardaba.Otros comenzaron a identificar en su propia vida algo nuevo con sorpresa. El perdón auténtico y la paz profunda, que el Mesías traería en su día glorioso, ya lo estaban viviendo; así como el amor y la justicia, y la comunión de unos con otros. Cada vez que partían el pan, siempre que vivían su vida cotidiana desde la Vida de Jesucristo, experimentaban una plenitud y un amor que los desbordaba. Es como si estuviesen viviendo ya, en el día a día, aquella plenitud que esperaban vivir en el día glorioso en el que Jesús viniera.

Descubrieron que no tenían que estar más a la espera; que la espera se había acabado; que sus esperanzas profundas se estaban cumpliendo al vivir la fe en Jesucristo muerto y resucitado. Descubrieron que la eternidad ya había comenzado, y que su tiempo se había preñado de esperanza. De todas formas, los sufrimientos de la vida y la ambigüedad de sus propias personas les hacían desear cada vez más vivamente la venida deslumbradora de Jesús. Vivían entre el deseo y la realidad.

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