Cualquiera?

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Al escribir este artículo, quiero dejar patente mi firme deseo de edificar antes que derribar. Sólo pretendo llevar al ánimo de aquellas personas que me hagan el favor de leer este escrito, una reflexión sobre lo que para mí viene siendo una constante, de unos años para acá, en la mayor parte de los entes en los que nuestra sociedad está articulada. Donde quiera que hay una agrupación formalmente constituida, ya sea un club deportivo, una asociación civil o una hermandad religiosa, basándose en un principio básico de democracia interna, que en absoluto discuto, existe el sentimiento generalizado de que cualquiera puede liderarla. Pues bien, esta es la cuestión.    

Cualquiera que cumpla los requisitos formales exigidos, en cada caso, ciertamente tiene derecho a optar a ese liderazgo. Pero existe un principio de idoneidad al que no se le presta atención. Y como quiera que hemos caído, en algo tan tentador como es la comodidad y en el no comprometernos en nada, más allá de lo estrictamente necesario, pues todo vale, con tal de no molestarnos y que lo haga el que sea. Lamento no recordar ahora, aunque creo que es lo mejor, a parte de que no diría quien, al personaje que en cierta ocasión, con cierto ánimo de censura, llegó a decirme que él no estaba por emplear su tiempo en beneficio de los demás. Digo esto como ejemplo de cómo la comodidad y el egoísmo nos superan en muchas ocasiones.

La consecuencia es que, cualquiera que pase por allí, y tenga ganas de salir en los papeles, aunque sea un boletín interno o en el estado de cuentas de la comunidad de vecinos, sirve para ocupar un puesto. Dado que los demás no estamos por molestarnos un ápice. Y ni tan siquiera por manifestarle, al voluntario en cuestión, siquiera sea por caridad, antes de que haga el indio, que lo apropiado es tener, unos conocimientos, unas capacidades, una experiencia y una disponibilidad de tiempo, adecuados a la función que se pretende ejercer. Y esos, en cada caso, son inseparables de cada persona. Diferenciar entre la autoridad y la potestad resulta clave. La autoridad la adquieren las personas por su saber y su capacidad para hacer las cosas, así como por su rectitud a la hora de hacerlas. La potestad le viene dada por el cargo que ocupan. Es posible tener potestad pero no tener autoridad.

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¿Cuáles son los resultados? Pues que el atrevido, de entrada, tiene su momento de gloria, él ha llegado a presidente del Vitigudinos Balompié o a hermano mayor de la cofradía del Amor Hermoso, pongamos por caso. Le hacen una foto, sale en el periódico, merodea en el entorno del señor alcalde o del señor cura, según corresponda, los vecinos le dan el para bien y la señora, a parte de sacarle del armario el terno nuevo, para que vaya elegante, en los momentos solemnes, se agarra del brazo para ver si ella sale también en la foto, está en su pleno derecho de hacerlo – evidentemente-, al tiempo que muy ufana les dice a las comadres: ¡Mi marío, vale un montón!

¿Y de salida? Pues… todo lo demás. Al cabo de equis tiempo, la cosa no rula, el Vitigudinos, siguiendo con el ejemplo, desciende a segunda regional, el entrenador y los jugadores se quedan sin cobrar las primas. Embargan el campo. El presidente se envuelve en la bandera del club, al que quiere más que nadie y dice que no dimite. Manifiesta ser un incomprendido y declara que la culpa del descenso del club la tienen los socios, que están equivocados, que los que critican sólo pretenden hundir al equipo, que la razón la tiene él y que en lugar de criticarlo lo que tienen que hacer es arrimar el hombro, renovar el carnet aunque cueste el doble e ir al campo a aplaudir todos los domingos, a pesar de que el equipo pierda por goleada. Algunos inconscientes, llevan las cosas a tal extremo, que no aciertan a preguntarse, antes de que la federación intervenga el club o lo disuelva: ¿Tendré yo alguna responsabilidad en todo esto? Claro que los socios también tienen alguna, sobre todo la de permitir e incluso alentar, que el club sea dirigido por quien no tiene capacidad para ello.

Creo que, lo mejor que pueden hacer algunos, antes de cometer la insensatez de ponerse un traje, que les puede venir ancho, es preguntarse, con toda humildad, ¿tengo yo cuerpo para encajarlo?  «Porque ¿quién de vosotros, que quiere edificar una torre, no se sienta primero a calcular los gastos y ver si tiene para acabarla? (Lc. 14,28)

 

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