Un hombre entregado

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(Pasión según san Marcos) JESUCRISTO fue un hombre feliz, profundamente feliz. Pero cuando tuvo que sufrir no se echó atrás, afrontó la cruz.

La cruz de Cristo es, para nosotros, símbolo de todos nuestros sufrimientos; de toda clase de sufrimientos. Pero es también signo de salvación. La cruz es signo del discípulo de Cristo.

Un amor que no asume la cruz es un amor inmaduro, egoísta; el amor de quien sólo se busca a sí mismo. Sin disposición de cargar con la cruz no hay capacidad de perdón, ni de compromiso duradero y eficaz. De quien no tiene disposición para asumir la cruz no podemos fiarnos. Puede parecerte una expresión dura, pero es verdad.

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En nuestras debilidades, en la enfermedad, en las dificultades de nuestra misión hemos de cargar con nuestra cruz y seguir a Jesucristo. Eso es ser cristiano.
La cruz es también la salvación, la gloria. Ahonda los cimientos de nuestra persona como ninguna otra experiencia puede hacerlo. Es fuente de paz, cuando conscientemente la asumimos, como no lo puede ser ningún ejercicio de relajación impostada. Por su capacidad de sacrificio glorificamos a Dios por las personas que nos han dado la vida.

Quien retrocede ante la cruz cuenta, como mucho, con nuestra comprensión. Quien se mantiene fiel en ella se convierte en referente para todos los que lo conocen.
¿Quién merecerá tu sacrificio? ¿Quién te hará crecer hasta la gloria de la entrega? ¿Qué tarea, qué misión, qué servicio, qué vocación te hará entregar la vida hasta hacer de ti una persona plena, auténtica, verdadero discípulo de Cristo?

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