Tiempo de Esperanza

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(Mateo 24,37-44) ¿Qué esperanza mantener cuando la rutina de la vida nos arrastra? ¿Cómo tener esperanza cuando el peso de nuestra mediocridad una vez y otra nos impide avanzar? ¿Qué esperanza tener que no sea humo que el tiempo disipa sin dejar rastro?

Y esperar ¿qué?: ¿Un poco más de dinero? ¿Qué los que nos rodean nos traigan alguna dificultad menos? ¿Vivir con un poco más de serenidad los problemas, que siempre vamos a tener?… ¿Qué es lo que podemos esperar?

Nuestro corazón no se conforma con ninguna de esas expectativas pequeñas, necesarias si quieres, que llamamos esperanzas. Nuestro corazón de personas sólo se conforma con la plenitud de la entrega. No descansarás hasta entregarte por entero, hasta  acoger a quien se entrega por ti.

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La esperanza que necesita nuestra alma se escribe siempre con las mayúsculas de nuestro anhelo más hondo y con las minúsculas de nuestro caminar cotidiano. Sólo es viejo el corazón que ha dejado de esperar. Sólo es viejo quien desesperó de entregarse y de acoger a quien se le entrega. No importan tus pecados, no importan tus limitaciones, no importa que te equivoques una y mil veces. Lo que cuenta es que tu corazón se mueva a latidos de entrega. Latidos que siempre serán gestos concretos de amor y generosidad, gestos de fe, solidaridad y ternura. Gestos que abren nuestra vida a lo que intuimos sin conocer.

La pregunta no es qué esperamos, sino en Quién esperamos.

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