Salvemos a los ricos

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Desde el balcón, a través de los pinos, se ve la ría y al fondo el océano. En la habitación con olor a jara y a romero la niña empieza a llamar. Es la hora de la manduca. Las páginas del periódico, salpicadas de sangre bursátil, olvidan a los que ya moribundos o enterrados en la cuneta no esperan ni ser rescatados ni que les identifiquen.

 

La hipocresía de nuestra clase política achaca a la avaricia de los empresarios la causa de la crisis, como si su actitud no hubiese sido partícipe de la estafa. Es tal su desfachatez que han corrido a liberar dinero público para salvar a sus amigos. Como diría mi amigo Manolo, con ese humor fino, granaíno y prieto: “salvemos a los ricos, que los pobres pá eso son pobres”.

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Esa ha sido la consigna, mientras la mal llamada clase media y los trabajadores, a los que se había enterrado como clase político-social, pagan los desmanes de los chulos de la clase. Aquellos chicos que con sus grandes y elocuentes ideas se aposentaron en Bruselas y se han dado cuenta de que, en tiempos de crisis gorda, en la UE todo el mundo se escabulle en dirección a las ratoneras del sistema al grito de “¡sálvese el que pueda!”.

Y, verán ustedes, señores, cómo la mujer barbuda resucitada aplica las viejas recetas sin dudar: subir impuestos en lo global y liberar ayudas en lo particular. Nada nuevo bajo esta carpa de circo; sólo cambió el director de pista.

 

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