Vacaciones desaceleradas

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Por mucho que la administración ha querido no asustar al personal ciudadano, todo parece indicar que lo que estamos viviendo, más que una desaceleración es una triple crisis, con conexiones entre sí, financiera, energética y alimentaria. Es tiempo, pues, de tomar posiciones para lo que vaya viniendo.

De ahí el origen de estas reflexiones. La primera es prepararse con inteligencia y no ir más allá de donde pensemos que podemos llegar. Prepararse para, sin enfado, hacer frente a un descanso que en los próximos meses no nos lleve al descalabro.
 

Puestos a hacer vacaciones pensemos y verifiquemos que la relación entre dinero y felicidad no es directamente proporcional. A veces, un poco de dinero y saber usarlo, produce más placer y bienestar que mucho dinero y despilfarro. Pero, cualquier cosa antes que simplemente decir no y encerrase en cuatro paredes con la caja boba tumbados en un sofá, donde se ha comprobado se quema menos energía que durante el sueño. Quedemos o vayamos de vacaciones, aunque  sean desaceleradas.

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Hay una multitud de cosas que hacer por poco dinero. Para empezar los días, levantarse temprano, mirar hacia el oriente y contemplar el milagro de un nuevo día. Subir al coche y conducir sin prisa. Ser amable con los compañeros de la carretera y no escapar por el anonimato de la velocidad. No hay que ir muy lejos, la naturaleza nos espera en la campiña, en la montaña, en la playa. Incluso se puede ir y volver en el día. Viajar con los nuestros, con los amigos. Si se cultiva la amistad con delicadeza se encuentran tesoros y reciprocidades.

En casa, cuidar el pequeño jardín, o las macetas de la terraza. Pintar los bordillos de los arriates que son los marcos de las flores. Extender un pequeño toldo y colocar un tresillo exterior para el relax, el dialogo, la lectura. En la noche cerrada subir a la azotea, tirados sobre el ladrillo sevillano aun caliente, boca arriba, desconectar de todo e iniciar un viaje inmóviles por el espacio, junto a los planetas, entre las estrellas.

Enamorarse de los caminos vírgenes, jamás violados por la atrocidad del ruido, de la velocidad o el alquitrán. Buscar las fuentes, los manantiales, los parques naturales. Sentarse al pie de un árbol, leer, mientras se oye la perenne canción de la cigarra, tonadillera de los bosques. Pasear en bicicleta, respirar hondo. Buscar en los pueblos próximos a los viejos amigos que hace tiempo no se les ve. Atreverse a caminar por unas horas sin destino. Poner el ventilador en la noche en la ventana, para que aligere la llegada de la brisa fresca y nos envuelva en sueños.

Meditar sobre la tolerancia y el respeto a las ideas y los actos que no hacen daño a otros. Reflexionar sobre como las creencias y convicciones no son simples conceptos sino carne de la carne de los demás y todas son respetables con excepción de aquellas que no respetan. Buscar los valores de los que nos rodean. Tomar el álbum de fotos de la familia y entre risas y melancolías pasar la tarde. Hacer el amor con la persona que nos ha entregado su vida. Invitar a la pareja a alguna pequeña sorpresa, unos amigos, un teatro, un festival.

Hacer gimnasia, deportes, aprovechar para dejar de fumar, de tomar alcohol. Dar vacaciones al estómago que tanto trabajo tuvo durante el año. Cuidar con esmero el hígado que es un órgano importantísimo con seiscientas funciones diferentes al servicio del cuerpo. Aprender a estirar. Almorzar con moderación y cenar poco, pero dormir todo lo necesario, porque en la noche el cuerpo repara averías. La cama y el dormir son como un taller nocturno. No dejar de reparar cada noche y renovar fuerzas que a las pocas horas volverá el milagro del amanecer y hay que estar listos y finos.

Abrir el periódico cada mañana, leer que está pasando mientras nosotros descansamos. Hacer propósitos, pues algo nos toca en la justicia que requieren los marginados, los hundidos, los desheredados, los amigos con problemas. Todos viajamos en el mismo barco al mando de un desalmado capitán que, de momento, es el sistema.  

Volver a contemplar, aunque sea en la pequeña pantalla, o con nuestra programación privada a Renoir, Truffaut, Buñuel, Tati, Fellini o Wilder. Pasar un buen rato con la justicia naïf de los clásicos del Oeste. Reir con Chaplin, con Oliver y Hardy, o con Baxter Keaton.

Cerca de nosotros, en el Museo de Bellas Artes, pacientemente esperan Zurbarán, Murillo, Pacheco, el maestro de Velázquez y muchos modernos que tradujeron en lienzos sus tiempos. Y en las mañanas de los domingos la charla distendida con los pintores jóvenes en la Plaza del Museo.

Si se es creyente, acercarse a las cosas y a las gentes tiene un plus de lujo, porque todos tienen la huella de Dios y es hermoso descubrirlas y disfrutarlas con ellos, como algo que se les dio gratis. Si no se es, preguntarse como fue posible la existencia, siendo así que la nada es tan fácil. Todo menos sentarse a contemplar ídolos vacuos, todo menos enamorarse de lo que no tiene ni realidad ni futuro.

Vacaciones estas más baratas que en el mato. El siempre inquieto Agustín de Tagaste decía “No quieras ir fuera, en tu interior habita la verdad”. Se refería a lo más intimo del corazón. Pero la verdad se encuentra también fuera, si se la sabe buscar.

 

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