La estatua de Don Juan

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    Olvidado en un desván
     –en su estatua adormecida,
    inacabada y dolida–
    soñaba cuitas Don Juan.

     

    Sólo a sus sueños contaba
    su presidio y su razón
    que a Doña Inés, confesión
    y suspiros provocaba.

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    En buena hora su talla
    se vio salvar por la mano
    del hijo del artesano
    que en tiempos la comenzara,
    dando luz, molde y lugar
    en que rondar nazarenas
    reconquistando condenas
    llenas de amor pasional.

    Vuelven llenos de lirismo
    balcón y apartada orilla;
    vuelve el galán de Sevilla
    envuelto en Romanticismo.

    Y así, volverá su voz
    con otro acento mejor
    a repetir con hombría:
    “¿no es verdad, paloma mía,
    que están respirando amor…?”

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