Perdona nuestras deudas

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Lc 3, 10-18 

Todos tenemos deudas pendientes; y esta vez no me refiero a las deudas económicas. Todos tenemos deudas de gratitud con nuestros padres, con nuestros amigos, con muchas personas que nos han sorprendido con su generosidad y su nobleza en momentos difíciles de nuestra vida. Son deudas buenas; deudas que no debemos “perdonar” nunca porque nos hacen ser agradecidos, mejores. 

Las deudas de las que debemos buscar perdón son las que tenemos con nosotros mismos. El evangelio de hoy nos marca dos ideales fundamentales para nuestra vida: la solidaridad y la honradez. “¿Qué debemos hacer?”—le  preguntan a Juan, el bautista; “Sed solidarios y no os aprovechéis nunca de nadie” –viene a responderle él.

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El problema está en que nunca somos verdaderamente solidarios, sólo damos una mínima parte de lo que nos sobra; y muchas veces nos hemos aprovechado de quien sabía menos, de quien tenía menos, de quien podía menos que nosotros. El problema está en que nunca dejaremos de tener deudas de conciencia.

Por  eso, cuando a Jesucristo le preguntaban en general: “¿Qué hacemos”, no responde nunca. Cuando alguien lo mira y le pregunta: “¿Qué he de hacer?”, sólo dice: “Ven conmigo a un lugar tranquilo”. Allí nos desvela la intimidad de su corazón y nos caldea el alma con el fuego de su Espíritu. En el ámbito de la intimidad, cambia más el corazón un beso de ternura, que mil razonables exigencias. 

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