¿Por qué negociar?

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El poder judicial puede y debe tratar hasta con los más abyectos criminales, pero ¿por qué no se considera de modo semejante el caso del poder político ejecutivo que tiene que vérselas con terroristas para negociar el abandono de las armas y la inserción en el respeto a la ley y el hacer democrático? Es verdad que el juez no negocia con el reo, pero también lo es que en temas terroristas la única salida a veces es la negociación. 

Los ejecutivos negociadores son políticos que hacen su deber tratando de cuidar el bienestar de la ciudadanía. Una negociación con terroristas, planteada en términos razonables, no contamina ni se pierde la honorabilidad. Los terroristas no son enemigos declarados como en las guerras convencionales, pero absolutamente rompedores del bienestar social. Hay que negociar como también se negocia un alto el fuego o el final de una contienda entre bandos por más que una de las partes haya sido víctima. Así se hizo, sin ir más lejos, en la transición, salvadas las diferencias. Lo que sale del hombre es lo que le arruina y le mancha, no lo que le viene de fuera.

Terroristas son aquellos que juegan sucio y se benefician de las extorsiones y los crímenes que cometen para conseguir sus objetivos.  No se sientan a discutir sus derechos, si es que tuvieran alguno, no van a los foros y su lenguaje es el de las armas. Lenguaje que a veces han aprendido de los llamados estados de derecho, porque el sistema también produce, en algunos países, terroristas y terrorismos “sui generis”.

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El trabajo de los políticos en este sentido, ni estorba ni debe impedir el de la justicia. Cada cual en su área de competencias está obligado a dar el máximo. Por eso cuando oímos que hay conversaciones y detenciones a la vez, pensamos que estamos en buenos caminos. Gran parte de las actividades terroristas están mocionadas por deseos de independencias nacionalistas. Presentan argumentos trasnochados, pero semejantes a los nacionalismos reconocidos y que no están precisamente en la dirección de lo que se nos avecina para el futuro. Es un gran disparate y dislocación histórica el nacionalismo llevado al extremo terrorista, porque la muerte de un inocente vale más que un país entero y que el sentir idealista del nacionalismo.

Durante décadas hemos vivido disciplina sin libertades. Ahora es el tiempo de las libertades sin, o con menos, disciplina. Pero en ninguna de las dos épocas se ha podido vencer al sistema, que, hasta la hora presente, parece no tener alternativas y que sigue operativo, subyacente y en palabras clásicas, diríamos, que actúa como un león rugiente buscando a quién devorar y al que hay resistir fuertemente, si no queremos que nos trague, que nos termine de entontecer con sus garras perfumadas. Y el sistema es la base económica y social de cualquier aspiración nacional. La Historia nos lo ha demostrado sobradamente: no se vencen los nacionalismos con la fuerza de otros más poderosos. Nadie está obligado a lo imposible y lo posible hay que negociarlo.

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