Poder y servicio

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 (Marcos 10, 35-45) 

“Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen”: así de categórico se expresa Jesucristo en el evangelio de esta semana. La tiranía y la opresión son los dos pecados que conlleva el ejercicio del poder y la preeminencia social.

Ciertamente no estamos en una sociedad militarizada y dictatorial como en la Judea ocupada del tiempo de Jesús. Nuestra sociedad democrática tiene abundantes frenos y cortapisas frente al poder político. Los políticos de hoy día no pueden hacer de su voluntad ley sin que tarde o temprano se les pase factura. Pero ciertamente la tentación de la tiranía y la opresión están ahí, y el espíritu humano ha buscado siempre los caminos más ocultos para recaer en los errores de siempre.

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En la democracia formal en que vivimos el camino más efectivo para tiranizar a la sociedad es el del control informativo. Se oculta información, se manipulan noticias, se compran medios informativos, se enaltecen periodistas mediocres si son maleables a los intereses del poder, se castiga económica y socialmente a los periodistas y medios de comunicación independientes. La tiranía de la falsedad es una forma de tiranía sobre la conciencia que es la peor de las tiranías porque la tiranía de la violencia, por lo menos, se reconoce como tal y no puede robarte el alma.

Los políticos de nuestro pueblo deberían preguntarse si están ejerciendo esa tiranía de la falsedad y la manipulación informativa; si con las prácticas y los usos instalados ante la verdad y los medios de comunicación no están violando su propia vocación de servidores de los asuntos públicos. Estoy seguro que la inmensa mayoría de ellos no entró en política para tiranizar desde la falsedad. Por ello han de pensar hasta dónde es lícito llegar en las luchas de poder partidista y en el juego de poder dentro de los partidos.

Si hace falta que para que se lo cuestionen reconozca como sacerdote que dentro de la Iglesia también nos hace falta esa reflexión, lo hago sin dudar. El destino de nuestra democracia está, en gran parte, en las manos de los políticos, y ninguna generalización de la mentira, de la manipulación, de la ocultación de datos, de eliminación de voces críticas dejará de destruir a la corta y a la larga nuestro pueblo.

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