El deseo

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(Marcos 10, 2-16)
Subidos a un banquillo estaban Jesús, el de Nazaret, y Jairo, el de Caná. El sol del medio día invitaba a aminorar el ritmo de trabajo, y las horas y el esfuerzo compartidos alentaban a una conversación más serena.  Era tiempo de recogida de aceitunas y todos los hombres de aquellas aldeas se ganaban el jornal en el olivar. —Jairo, desde que estás cortejando a Isabel se te ve más contento, más feliz.
—Sí que es verdad, Nazareno. Isabel es tan dulce…, me habla con tanta ingenuidad y ternura…, se ríe tan espontáneamente y con tanta gracia que cuando vuelvo de hablar con ella me siento una persona nueva. A ti te puedo contar estas cosas porque esos brutos, aunque hayan sentido lo mismo que yo, nunca lo reconocerán.
—Eso es cierto, muchacho. A todos los hombres de la cuadrilla les da vergüenza admitir los sentimientos más profundos que tienen. Lo malo es que a fuerza de negarlos acaban por olvidarlos y perderlos, se embrutecen y pierden lo más hermoso de la vida y de la relación con sus mujeres.
—El otro día cuando me marchaba Isabel me llamó porque se le había olvidado darme una razón de parte de su hermano. Pero lo hizo por mi nombre: ¡Jairo!, me dijo. Era la primera vez que escuchaba mi nombre de sus labios. El corazón me dio un brinco y no sé porqué; como un pellizco por dentro que no sabría describir.
—Eso es el amor “Juan Brevas”…
—Y tú Jesús, cómo es que no te has casado, ya tienes edad para eso. Porque algunas veces te dará un apretón la entrepierna… ¿No, Nazareno?
—¡No seas bruto, Jairo!, que ya has perdido todo lo que me habías dicho antes. Mira, igual te parece raro, y lo es, pero yo guardo todo el deseo de mi corazón para lo que Dios me pida. No quiero calmar la sed que hay en mí por encontrar la fuente de todo deseo, de todo el amor del mundo… Pero tú, grandísimo animal, no dejes nunca de mirar a Isabel como ahora la miras, no dejes nunca que el deseo que ahora tienes de entregarte a su persona se pase nunca. Respétala siempre, escúchala siempre, mira por ella como si miraras por ti. No te consientas el utilizarla, no te consientas el rebajarla, que lo único que conseguirías sería quedarte profundamente solo sin saber porque. Y ay está bien de charla que viene el manigero con cara de pocos amigos.

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