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(Marcos 12, 38-44) LA RELACIÓN de amistad con Jesucristo es siempre una aventura, que se sabe cómo empieza, pero no cómo acaba. Quien cree en él sabe que sus palabras son palabras de vida y quiere poner los propios criterios y sentimientos por detrás de lo que el Señor nos dice.

Querer ser discípulo de Cristo y vivir en la ambigüedad de seguir siendo el dueño de mi vida es iniciar un camino de hipocresía que nos llenará de tristeza. Decir que creo en quien es Perdón, y guardar rencor; decir que creo en quien es Misericordia, y vivir con egoísmo; decir que creo en quien es Justicia, y volver la espalda a quien ve pisoteados sus derechos es situarse en la mentira y el vacío.

Cristo a nadie obligó nunca a ser discípulo suyo ni a seguirlo, pero si hacemos esa elección tenemos que estar dispuestos a acoger todo lo que nos pida. Podremos ser débiles y ceder a la tentación; podremos tropezar y caer; pero cuando nos levantemos tenemos que seguir a su lado.

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Solo así viviremos la alegría de ver los signos que sigue haciendo entre los más pobres; de escuchar las palabras de ánimo y de sentido con las que sigue alentando a los que sufren; de experimentar que sigue vivo, y que sigue dando vida. Contemplar la acción de su Espíritu en los pobres y sencillos, en los nuestros, será nuestra mayor alegría.

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