S. XVI. La capilla de Santa Ana, germen de Dos-Hermanas

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S. XVI. La capilla de Santa Ana, germen de Dos-Hermanas

Justo a las espaldas de la parroquia de Santa María Magdalena se encuentra un pequeño y modesto templo (aunque lleno de encanto y con cierto halo de misterio) que, si nos atenemos a la tradición transmitida de generación en generación, marca el punto de origen de nuestra ciudad.

Y es que según se recoge en las distintas versiones del hallazgo de la imagen de la Patrona Santa Ana, inmediatamente después de ese suceso, las dos hermanas mandaron edificar esta ermita, donde colocaron en su altar a la citada talla y las reliquias que encontraron junto a ella (una cruz, una lámpara de aceite y una campanita). Y “bajo su amparo se alzaron y apiñaron casas, hasta formar una aldea que tomó el nombre de DOS-HERMANAS, en memoria de sus fundadoras”, llegaría a reseñar Fernán Caballero.

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Tradición y leyenda a un lado, se trata de una capilla construida muy posiblemente a finales del siglo XIV, de estilo mudéjar y una sola nave. Mide unos veinte metros de largo y cinco de ancho, y posee cubierta en artesa con tirantes (también mudéjar), aunque el presbiterio se cubre con bóveda vaída. El arco toral que separa el presbiterio del resto de la nave es de medio punto y los muros del templo (de construcción sencilla) son de ladrillo y mampostería, y de poco más de un metro de grosor. Toda la capilla posee zócalo de azulejos, colocado quizá en los últimos años del siglo XIX o primeros del siguiente. Por su orientación norte-sur, algunos autores han afirmado que pudo erigirse sobre el solar de una pequeña mezquita u oratorio musulmán (una rábita o una zagüía), pero este punto es difícil de dilucidar.

Ilustres visitantes y moradores
A lo largo de su dilatada Historia, la ermita de la Patrona ha recibido visitas de personajes ilustres. Son los casos de Bernardo y Juan Bautista de Grimaldo (ambos en el siglo XVI) o del arzobispo Jaime Palafox en 1686. Andado el tiempo, en 1856 llegó a esta capilla don Antonio María de Orleans, duque de Montpensier, acompañado por su gentilhombre de cámara Antoine Latour, y ambos bajaron a la célebre cueva donde fue hallada la imagen de Santa Ana. Pocos años antes había visitado la capilla llena de curiosidad la escritora Fernán Caballero y en junio de 1897, se acercó a este templo para admirarlo el Gobernador Civil de Sevilla, Enrique Leguina Vidal (1842-1924). Ya en el siglo XX, la más destacada fue la visita que realizaron los reyes don Juan Carlos I y doña Sofía en febrero de 1987. Por otra parte, adosada a la capilla se encontraba, además de la sacristía, la sencilla vivienda del santero, encargado del mantenimiento del templo. La primera en ocupar ese cargo (al menos que tengamos constancia documental) fue Isabel de la Paz. Pero el que más renombre tuvo fue Francisco de Paula Vigil (1777-1839) —en la imagen superior—, personaje muy presente en la vida cotidiana de la villa y amigo personal de Fernán Caballero, con la que compartió largos momentos de conversación. A su muerte, quedó como santera su esposa, Francisca García, inmortalizada en la novela de aquella escritora La Familia de Alvareda (1856). El último santero fue el sacristán Juan Vázquez, que residió en aquella vivienda y allí murió en 1878.

Es esta capilla de Santa Ana un edifico de rica e intensa Historia (no podía ser de otra manera, dada su antigüedad) y es difícil condensarla en unas pocas líneas. En cualquier caso, debemos decir que aun siendo construida a fines del XIV y ser la única iglesia de Dos-Hermanas hasta el último tercio de la siguiente centuria, la primera noticia que poseemos de este templo nazareno, aunque no es directa, data de los últimos años del siglo XV.

Se trata, en concreto, del acta de un recibo de bienes fechado el 25 de marzo de 1498. En ese día, Pedro Gil, mayordomo de la iglesia de Santa Ana, recibió una serie de vestiduras y ornamentos relacionados con la liturgia, destinados todos ellos al citado santuario. Andado el tiempo, hacia 1538 o 1539, el templo de Santa Ana abandona su condición de iglesia y pasa a ser ermita o capilla.
S. XVI. La capilla de Santa Ana, germen de Dos-Hermanas

Numerosas intervenciones

El edificio ha sufrido numerosas intervenciones y obras a lo largo de los siglos, con el fin de reparar los posibles desperfectos que presentara el inmueble. Las primeras de las que tenemos constancia se desarrollaron en el período de 1535-1546, y fueron sufragadas con los donativos de los vecinos del lugar. Volverían a acometerse obras entre 1548 y 1576, nuevamente pagadas con limosnas.

A principios del siglo XVII, otra vez se llevaron a cabo obras en esta capilla, según se desprende de una escritura de poder dada en 1603 por la cofradía de Santa Ana a su mayordomo para que pudiera “tomar, cargar e ymponer a tributo con cargo de redimyr hasta en quantía de doscientos ducados de principal […] para que dellos o con ellos se acabe la ovra que está pendiente en la capilla de Señora Santa Ana”. Tras el célebre terremoto de Lisboa de 1755 se realizaron obras en el templo de la Patrona con el fin de reparar y afianzar los muros del edificio dañados por el temblor. Y en julio de 1909, la superiora del convento de Santa Ana pidió al consistorio un donativo para reparar la capilla, para lo cual los capitulares acordaron dar 25 pesetas.

Un peculiar colegio electoral
Desde al menos 1868 y hasta 1882, en una habitación de la vivienda del santero de la ermita de la Patrona se situó la sede del segundo colegio electoral de la villa. Por tanto, buena parte del vecindario votó, literalmente, “a los pies de Santa Ana”. Ciertamente, no sabemos la razón exacta por la que se eligió este lugar como sede electoral, cuando el consistorio disponía de otros locales en el municipio. En cualquier caso, el 30 de septiembre de 1882, ante “el mal estado en que se encuentra el local del segundo colegio electoral de esta villa, denominado de Santa Ana”, los capitulares nazarenos decidieron trasladar la sede de ese colegio al n.º 72 de la calle del Canónigo, donde se encontraba la escuela pública de niños de la villa.

Pocos años más tarde, en agosto de 1927, el Ayuntamiento decidió entregar a la superiora 125 pesetas porque “la falsa cubierta de la capilla de Santa Ana se encuentra en ruinas, lo que constituye un inminente peligro para los feligreses que asisten a los cultos públicos que en la misma se celebran”. La última intervención que ha sufrido el templo, y una de las más destacadas, se daría en 1995-1996. En esa ocasión se procedió a una profunda restauración del templo.

Parroquia provisional de la villa

Por otra parte, no podemos dejar a un lado un hecho destacado en la evolución histórica de esta capilla. Y es que entre 1797 y 1803 actuó como parroquia provisional de la villa, mientras se procedía a la construcción de la nueva iglesia de Santa María Magdalena que actualmente vemos.

También debemos reseñar (por la repercusión que tuvo sobre la capilla) la llegada, en 1886, de las religiosas Dominicas del Santísimo Sacramento. Esta comunidad religiosa se estableció junto a este templo, construyendo su convento en los terrenos del jardín de la ermita de la Patrona y utilizando ésta como capilla propia del cenobio. A partir de esa fecha y hasta finales del siglo XX la capilla apenas estuvo abierta a los fieles.

Hoy en día sigue siendo uno de los principales edificios religiosos de nuestra ciudad, con un gran significado para los nazarenos y donde se venera la antiquísima imagen de Señora Santa Ana.

¿Una capilla de blancos muros?
En enero del presente año, durante las obras de rehabilitación del patio de la capilla, apareció sobre el arco de la puerta de acceso al templo el trazo de una pintura, muy probablemente de principios del siglo XVII, que formaría parte de la primitiva decoración de la fachada principal de la capilla. Y es que la idea que todos tenemos en la actualidad de edificios de paredes blancas tiene su origen a mediados del siglo XIX. Antes de esa época, sobre todo en los siglos XVII y XVIII, existía la costumbre (muy barroca, por cierto) de decorar con pinturas tanto el exterior como el interior de los edificios. Era una manera de dar lustre a materiales constructivos ‘pobres’. En Dos-Hermanas, sin ir más lejos, contamos con los ejemplos de las haciendas de Montefrío y de Maestre o el mirador de la desaparecida hacienda del Lanero. Los edificios religiosos tampoco se escapaban a esa ‘moda’ de decorar los muros. Así, la parroquia de la Magdalena, en su origen, estaba cubierta en su exterior con pinturas que simulaban los sillares de piedra y ese mismo tipo de pinturas estaban presentes en el interior tanto de la ermita de San Sebastián como de la propia capilla de la Patrona. Pero llegó el siglo XIX y con él el pensamiento de cubrir los edificios con capas de cal, acabando de un plumazo con la anterior ‘moda’.

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