Bill Murray no es santo, es Dios

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Película St. Vicent

ST. VINCENT

A primera vista esta película puede no atraer mucho. Lo que se sabe de ella antes de verla (trailer y demás, que en la mayoría de las veces son convenientes evitar para no verla intoxicado con una idea preconcebida de la misma) suena a ya visto: hombre cascarrabias y gruñón, adicto y olvidado de sí mismo, y niño con el que entabla relación. No sólo suena a visto, sino que ya de por sí puede echar para atrás.

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{xtypo_code}Estados Unidos, 2014 (103′)
Escrita y dirigida: Theodore Melfi.
Producción: Peter Chernin, Theodore Melfi, Fred Roos, Jenno Topping.
Fotografía:  John Lindley.
Música: Theodore Shapiro.
Montaje: Sarah Flack, Peter Teschner.
Intérpretes: Bill Murray (Vincent), Melissa Mccarthy (Maggie), Naomi Watts (Daka), Jaeden Lieberher (Oliver), Chris O’Dowd (Padre Geraghty), Terrence Howard (Zucko), Kimberly Quinn (Ana), Dario Barosso (Ocnski), Nate Corddry (Terry). {/xtypo_code}

Y es que la historia es simplemente esa: una madre soltera se ve ‘obligada’ por azares del destino a dejar a su hijo al cuidado de su nuevo vecino, un viejo cascarrabias que no es precisamente el mejor ejemplo (fuma, bebe, es malhablado…), y que lleva al crío de bares, a apostar a las carreras, pero con el que trabará una honda amistad que nadie, desde fuera, entiende.

La verdad es que prácticamente todo lo dicho anteriormente es cierto, que es una historia que nos han contado mil veces, y que los pasos habituales se van siguiendo uno a uno. No hay ninguna sorpresa en cuanto a argumento se refiere. Incluso cae en los errores comunes (esa escena lacrimógena del final en la escuela es de traca).

¿Cuál es la diferencia aquí respecto a las anteriores? Evidentemente el reparto. Un poker de intérpretes magnífico. El joven Jaeden Lieberher demuestra que tiene un gran talento que puede desarrollar en el futuro. Las dos damas de la función sorprenden por su cambio de registro: Melissa McCarthy deja sus bravuconerías para ejercer un papel dramático en el que está fantástica; incluso mejor está Naomi Watts, con ese acento ruso (imprescindible verla en versión original) que nos hace rogar que le den más papeles cómicos para explotar esta vis casi desconocida en ella. Pero sobre todos ellos, Bill Murray, ese actor soberbio en el que es imposible distinguir donde está el límite entre actuación y él mismo, qué gestos, qué frases están en el guión y cuáles son suyas, y que después de una película que aunque se deja ver está repleta de ‘dejavus’, nos regala una escena final (acompañando a los créditos finales) que hará las delicias de este actor superlativo.

 

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