Astas de silencio…

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    El cuerno le salía por la boca.
    Le atravesó la voz con un mazazo
    fiera, como una hoz, de un navajazo
    directo a la garganta, dirigido,
    segando a los sentidos con la herida
    desangrada de espanto, contenida
    de arena hecha quebranto en los tendidos.

    Después todo fue rápido —o fue lento:
    que los tiempos que nutren los instantes
    dependen del valor, que no se achante,
    de saber encajar a las miradas,
    del peso del pasado en la experiencia,
    si existe la quietud en tu conciencia
    o si eres tú quien lleva la cornada…—.

    Ya pasó: otra muesca en el mosaico;
    otra huella de cuerno en otra piel;
    otra mella de toro; otro dintel
    que le lleva a otra tarde, otros alberos…
    ¿Qué les hace enfrentarse con la gloria?
    ¿Por qué encastan su lecho en la memoria?
    ¿De qué pasta están hechos los toreros…?

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