La costumbre americana
-antes celta y española-
de disfrazarse de muerto,
de festejar con la soga
de la muerte omnipotente
las luces de vida en sombras
recabando caramelos
por portales a deshora,
en muy poco se parece
a cierta gentuza en hordas
buscando la gresca a voces,
ensuciando hasta la aurora,
y haciendo el animalito
-el meón y la meona-
transformando a Dos Hermanas
con la macro-botellona.
Ir de muerto es lo de menos;
una excusa como otra
para reventarse el hígado
y el sueño de las personas
que se acuerdan de los muertos
de aquéllos que lo apisonan.
Los vómitos se suceden,
el suelo es fango de pota,
los vecinos que no duermen,
los bebés que no dan bola,
los enfermos desvelados,
los estudiantes que agotan
horas de estudio nocturno
-parece que a nadie importa-,
ciertas calles hechas polvo,
la paciencia hecha derrota,
la policía hasta el gorro
con quejas que se amontonan,
y todo por cuatro mierdas
dispuestos a dar la nota
Y es que al final, son tres gatos,
la mayoría se porta
como hay que divertirse.
¿Qué ocurre entonces ahora?
¿Por qué tantas libertades
sucumben bajo unas pocas…?