Las palabras que el viento desparrama
sobre el tiempo, la vida y el olvido,
van tiñendo su piel con el sentido
que incrustamos en nuestro pentagrama.
Las palabras se inflan con el viento
de cada bocanada de la historia,
y así, serán más polvo o más memoria
según sea el rescoldo del lamento.
Resurge la palabra cual disparo
que atrona la verdad de cada instante;
una especie de marca o un sextante;
un rumbo que, hoy por hoy, se llama “paro”.
Sin duda es nuestro mal protagonista;
la pista desigual y empobrecida
que a nuestra sociedad desfallecida
la merma, la define y la conquista.
Palabra más maldita que cercana.
Palabra a trompicones mal disuelta.
Palabra displicente —no resuelta—,
que atufa a decadente y aldeana.