¡Dejad que nazca el niño en el mundo y en nosotros! Navidad es la fiesta de los niños y la fiesta en la que los adultos se hacen también niños. El Hijo de Dios se ha hecho niño. Creció sin dejar de ser niño, porque siempre vivió como Hijo, abandonado en las manos de su Padre, y vivió como hermano. Por eso, fue amigo de los niños, de los sencillos, y nos dijo que, si no nos hiciéramos como niños, no entraríamos en el Reino de los cielos. ¡Que nazca el niño! Lo necesita todo un mundo construido sobre los adultos; lo necesita también la Iglesia excesivamente adulta, donde a penas tienen lugar los pobres, los pequeños, los sencillos.
Necesitamos del niño, porque los adultos somos demasiado retorcidos, intolerantes, rígidos, amantes del poder y del orden, autosuficientes y calculadores, pero sordos y ciegos a la vida, al calor humano, a la sorpresa. Necesitamos del niño, porque necesitamos de la sencillez, de la simplicidad, de lo espontáneo, de la admiración, de la transparencia, del juego, de la fiesta, de gastar tiempo para no hacer nada.
¡Que nazca el niño!, porque necesitamos vivir como hijos en manos del Padre y vivir como hermanos. Los niños serán juguetones, traviesos, inquietos; disgustarán, a veces, a sus padres y tendrán alguna que otra pelea entre hermanos, pero jamás matarán al padre ni al hermano, porque los aman y sienten la necesidad tanto de los padres como de los hermanos. Somos los adultos los que somos capaces de matar al padre como al hermano, pues nos consideramos autosuficientes, atados a las cosas, y vemos como enemigos de nuestra autosuficiencia y de nuestra codicia y ambición tanto al padre como a los hermanos.
Dejemos que nazca el niño, que es lo mismo que dejar que nazca el futuro, la vitalidad, el nuevo orden para todos. La comunidad de creyente ha de esforzarse y comprometerse, para que no se impida que nazca el niño, es decir, que nazca el despertar de la aurora que disipe la oscuridad de la noche; un nuevo horizonte que dirija el camino hacia una nueva convivencia; un nuevo orden social, económico, político, cultural, religioso y eclesial. No es nada fácil que los adultos, los viejos, los nuevos herodes dejen que nazca el niño, lo nuevo; tienen miedo que les hagan bajar de su pedestal de privilegio.
Dejemos que también nazca el niño en nosotros. Él nos hará libres y ágiles caminantes al despojarnos de tantas cosas pesadas, que nos tenían atados y parados.
Celebrar la Navidad es dejar que nazca el niño y que los adultos aprendamos a convivir con el niño que hay en cada uno de nosotros y, a su vez, el niño aprenda a convivir con el adulto. También el niño necesita de la presencia y de la aportación del adulto.
¡Felices Navidades a todos en el amor!