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Ya hemos hecho mención en una entrega anterior al carácter violento no sólo de la sociedad nazarena, sino de la propia sociedad sevillana y castellana (que podríamos ampliar a otros niveles, claro está), razón por la cual, era muy común el portar armas blancas de todo tipo (espadas, estiletes, dagas, puñales…). Y el llevarlos implicaba, en la mayoría de los casos, su utilización en peleas y discusiones, por lo que el final era el que podemos suponer: heridas leves o graves.

Son muchos los casos documentados de peleas con armas blancas de por medio en la Dos-Hermanas del Siglo de Oro. En esta ocasión nos centraremos en uno de esos altercados que terminaron con la muerte de un nazareno: Francisco Domínguez, hijo de un destacado labrador de la villa, Juan Domínguez Montero. Y tuvo lugar en el puerto de Parra, un cargadero o embarcadero situado en los llanos de Tablada, en el término municipal nazareno, del que ya hablamos en mayo de 2018.

En dicho embarcadero se cargaba en naos gran cantidad de cereal, aceite y vino procedentes de las haciendas y cortijos de Dos-Hermanas con destino a las Indias y a otros puertos europeos. Por tanto, el trasiego de personas en este punto era considerable, y las trifulcas estaban servidas.

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En marzo de 1639 atracó en el embarcadero la nao nombrada “Nuestra Señora del Rosario”, “que de presente está de partida para las Yndias del Rey Nuestro Señor, probinzia de Tierra Firme, de que es dueño y capitán Francisco Peláez”. Iba a ser cargada con pipas de aceite y vino traídas a aquel lugar por varios carreteros, entre los que se encontraba el ya mencionado Francisco Domínguez. Hijo del también referido Juan Domínguez Montero (c.1565-1650) y de su segunda esposa, Ana Martín, estaba en esas fechas casado con Isabel García, y tenía una hija de su primer matrimonio con Francisca Molina, llamada María Molina o Domínguez.

Por motivos que desconocemos (no se conserva el proceso judicial), hubo una acalorada pelea entre Domínguez y varios marineros de aquella nao que terminó con la muerte del nazareno. Al poco se personaron en el puerto de Parra los cuadrilleros de la Santa Hermandad de Dos-Hermanas (recordemos que el embarcadero estaba bajo la jurisdicción de nuestra villa), quienes apresaron a diez marineros que fueron trasladados a la cárcel pública de esta villa. El día 30 de ese mes de marzo, Isabel García, viuda de Domínguez, otorgó carta de perdón a favor de nueve marineros presos, al tiempo que declararía que contra ellos “e seguido causa y se prendieron los susodichos y se enbargaron bienes y se les tomó sus confesiones y se reçiuió la causa a prueua y se les hizo cargo con çierto término, e yçieron çiertos descargos los dichos reos y está el pleito concluso y para sentençiar, según y como por él pareçe que pasa ante don Rodrigo de Salinas y Pineda, alcalde de la Santa Hermandad en el estado noble y ante Luis Cornexo, escribano público y del conçexo desta uilla a que me refiero”. Acto seguido, dispuso que “porque a mí me consta de la poca culpa que en la dicha muerte tienen los dichos Leonardo Juan, Manuel Hernández, Juan Veltrán, Lorenço Ramos, Manuel Váez, Manuel Fernández, Seuastián Rodríguez, Lorenço Ramos, grumete, y Domingo Díaz, y aunque la tengan como sauidora que soy de mi derecho y de lo que en este caso me conuiene hazer, la quiero perdonar qualquier culpa que en ella tengan”, como así hizo. También los perdonó “por seruiçio de Dios Nuestro Señor y por el Santo tiempo de Quaresma en que estamos y ruego e ynterçesión de buenas personas que me lo an pedido”.

Muy poco después, el 2 de abril, Juan Domínguez Montero, padre del asesinado, “como abuelo y lixítimo administrador de la persona y bienes de María Domínguez, donzella mi nieta, yxa lixítima de Francisco Domínguez, mi hixo, su padre, que fue muerto término desta villa”, otorgó asimismo una carta de perdón a favor de los referidos marineros, “por amor de Dios Nuestro Señor, y porque perdone el alma del dicho mi hixo”, pero sobre todo “por causa de zinquenta ducados que los susodichos dan a la dicha mi nieta para ayuda a sus alimentos, todo lo qual es de su utilidad por ser como es pobre y no tener con qué seguir el dicho pleyto y porque los verdaderos matadores son los demás presos y ausentes”. Igualmente, se hizo información de la veracidad de lo manifestado por Juan Domínguez (en relación a la pobreza de su nieta), presentándose por su parte varios testigos, entre los que se encontraban Bartolomé Mateos, Diego Martín de Santiago y el licenciado Sebastián Gayoso, presbítero y vecino de Sevilla y de Dos-Hermanas. Tales testigos avalaron lo referido por Juan Domínguez.

No obstante, el pleito continuó contra los marineros Jácome Rodríguez y Gaspar de los Reyes, presos, y contra los demás marineros ausentes. Y pocos días después, el 7 de abril de 1639, el ya citado Gaspar de los Reyes, Manuel Hernández, Bartolomé Rodríguez, Manuel Báez, Manuel Fernández Mayo, Lorenzo Ramos, Lorenzo Ramos, grumete, Juan Beltrán y Domingo Díaz, estantes en Dos-Hermanas y marineros de la antes mencionada nao, se obligaron a pagar al capitán del referido navío, Francisco Peláez, 5.000 reales de plata, que son los mismos “que por nos azer merced y buena obra, el susodicho nos a prestado para el apresto y abío de nuestro biaje y para los costos y despacho de la causa porque estamos presos en esta villa en razón de la muerte de Francisco Domínguez, vezino que fue della”.
Con esto se puso fin a parte del caso del asesinato. No sabemos en qué quedó el pleito contra Gaspar de los Reyes y Jácome Rodríguez, pues por desgracia no se conserva el proceso judicial que se siguió ante la Real Audiencia sevillana.

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