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(Mt 13, 1-23) ARQUEÓLOGOS QUE investigan las pirámides de Egipto encontraron semillas de trigo en el interior de una de sus estancias. La sequedad del ambiente había impedido que germinaran. ¿Podrían germinar esas semillas miles de años después de ser allí depositadas? Sí. La fuerza de las semillas sorprende. Son pequeñas, casi insignificantes; su aspecto es como el de un guijarro pequeño e inerte; algunas son frágiles, y con la yema de los dedos se las rompe; pero tienen vida en su interior, y cuando tienen unas mínimas condiciones germinan y reinician el ciclo de la vida.

Las parroquias hemos de ser semilleros. Las comunidades cristianas hemos de crear un ámbito donde los niños, los jóvenes y los adultos acojamos en nuestro interior las pequeñas semillas de la fe, y con nuestra vida y palabra la vayamos esparciendo en todo momento. Cuánta fuerza reparadora tiene la semilla del perdón, y de la bondad, y de la preocupación por el más pobre; cuánta fuerza de esperanza tiene la confianza en Dios Padre, y mucho más en un Dios Crucificado por amor a nosotros; cuánta fortaleza da la conciencia de ser semilla enviada al mundo para que se inicie en todos lados el dinamismo de una vida nueva, de una alegría nueva.

De que la semilla dará fruto no tienes que preocuparte; solo de que la semillas que atesoras dentro de ti sea de puro Evangelio: de acogida del inmenso amor del Padre, de un amor a los pobres que nos urge y nos conmueve.

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