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Siete escalones estrechos conducen hasta la pequeña cueva u oquedad donde, según cuenta la tradición, las dos hermanas (Elvira y Estefanía Nazareno, María y Ana o Teodora y Ángela, según la versión que tomemos) encontraron la imagen de Señora Santa Ana, Patrona de nuestra ciudad.

Se trata de una oquedad situada en el lado del Evangelio de la capilla de Santa Ana, muy próxima al presbiterio, que mide unos 2,31 metros de longitud, 1,47 metros de ancho y tan solo 1,26 metros de alto, y desde antiguo ha llamado la atención a propios y extraños. Y aun así, no son muchos los testimonios documentales conservados de la que podemos considerar, desde el punto de vista de la tradición, como el origen, la «piedra fundacional» de Dos Hermanas.

De todas formas, la primera mención que se hace de la cueva de Santa Ana la encontramos en un documento notarial. Concretamente aparece en el segundo codicilo que Ordoño de Urresti otorgó el 7 de enero de 1558, para modificar algunas disposiciones de su testamento, otorgado el año anterior. Este Urresti era un carpintero vizcaíno asentado en Dos Hermanas desde la década de 1540, y dado su oficio, se encontraba entre los «hombres buenos» del lugar, esto es, la élite social de nuestra localidad. Casado con Juana Martín Duarte, fueron los padres de María Ibáñez (esposa del piloto de navío Santiago de Ucín), de tanta vinculación con la hermandad de la Santa Vera Cruz de nuestra ciudad. Dada la importancia que aquella mención tiene, la transcribimos íntegra a continuación: «Y mando que no se dé ninguna limosna a la obra de Señora Santana deste dicho lugar, por quanto yo le tengo dado en limosna vna puerta para poner ençima de la cueva donde se halló la Ymajen de Señora Santa (sic), en lugar del dicho ducado que yo le mandava de limosna en mi testamento, porque así es mi última y postrimera voluntad». La obra a la que hace referencia es una intervención que se le hizo al templo de la Patrona en los años centrales del siglo XVI, del que apenas tenemos noticias de su alcance. El párrafo no sólo nos aporta la primera mención a la cueva de Santa Ana, al mismo tiempo nos evidencia que ya en 1558 estaba conformada la leyenda o tradición del hallazgo de la imagen de la Santa Abuela de Cristo por las dos hermanas («donde se halló la Ymajen de Señora Santa (sic)»). Hasta ahora, la fecha más antigua de la existencia de dicha tradición no iba más allá de los últimos años del siglo XVI o primeros de la siguiente centuria, que es cuando presumiblemente se redactó la versión del licenciado Juan Ponce de León. Por tanto, esa cláusula del codicilo de Urresti tiene una gran transcendencia histórica.
Andado un poco el tiempo, en la década de 1620, el célebre clérigo utrerano Rodrigo Caro pudo visitar la cueva, dejando escrito en sus «Antigüedades y Principado de la Ilustrísima Ciudad de Sevilla» (1634) lo siguiente: «[…] Hallóse en el mismo sitio en una cueva, debaxo de tierra, una venerable imagen de Santa Ana, de madera, y una campana pequeña, y vna Cruz de bronce de media vara, reliquias de los Christianos perseguidos de los Moros, que ganaron a España: hallaron las dos hermanas muy virtuosas, a quien dizen nuestro Señor les reveló, que allí hallarían estas reliquias, para las quales edificaron una Ermita, donde oy dentro del lugar se guardan, teniendo mucha devoción con la santa Imagen de la señora santa Ana, de la qual yo admiré mucho, que en el sitio donde se halló (que es muy húmedo) se pudiese conservar tanto tiempo cosa de madera (se refiere a la imagen de la Santa) [….]».

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No serían estas las únicas menciones que se hicieran de la cueva. En 1787, el entonces párroco de Santa María Magdalena, don Juan Vázquez Soriano, en sus respuestas al interrogatorio de Tomás López, nos dice que existía «una baranda de fierro zercando un pozo con escalera que baja a la cueva de la tradición», colocada, con toda probabilidad, para preservar el lugar y evitar las visitas de «curiosos». No dice nada de la puerta donada por Urresti, aunque puede que tal omisión se deba a un despiste del autor. Por su parte, Fernán Caballero en «La Familia de Alvareda» (1856) también menciona esa verja de hierro que rodeaba la entrada a la cueva. En cualquier caso, la verja se retiró a finales del siglo XIX o principios del XX, pues en las primeras fotografías que existen del interior de la capilla (que datan de la década de 1940) no hay ni rastro de ella.

Por otra parte, parece ser que en tiempos pasados (al menos desde el siglo XIX) los vecinos de la villa, pensando que este sitio era milagroso por ser el escenario del hallazgo de la imagen de la Patrona, sacaban tierra de la cueva, y la echaban en pequeñas cantidades en la bebida de los enfermos para sanarlos. También se sacaba tierra para dársela a los matrimonios que no podían tener hijos, práctica que todavía hoy en día se realiza.

Además de Rodrigo Caro y Fernán Caballero, visitaron la cueva el erudito francés Antoine de Latour y don Antonio de Orleáns, duque de Montpensier (ambos en 1856 y según relató el propio Latour, tanto el duque como él, bajaron «conmovidos a la cueva de Santa Ana»), y ya en el siglo XX el rey don Juan Carlos I en los años en que sólo era Príncipe de Asturias para los monárquicos españoles y visitaba a su tía materna doña María Dolores de Borbón-Dos Sicilias en la Huerta de la Princesa.

Terminamos este artículo con una curiosa anécdota que fue recogida en el boletín que publicó la hermandad de Santa Ana en el año de su 475 aniversario, y que tiene la cueva como protagonista. La escena tuvo lugar en Cuba a finales del siglo XIX, en el contexto de la guerra de independencia cubana (1895-1898). Parece ser que tres soldados españoles que se encontraban en aquella isla se acercaron a un puesto para comprar un melón. El tendero, al oírles hablar les dijo: «Vosotros sois españoles… y además de Andalucía». Los soldados respondieron que sí, añadiendo que eran de Dos Hermanas, un pueblo próximo a Sevilla. El vendedor entonces les preguntó: «Si efectivamente sois de allí, decidme: ¿Cuántos escalones tiene la cueva de Santa Ana?».

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