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(Juan 2, 13-25) LO LLAMAN capitalismo financiero, pero es la habilidad para hacer dinero moviendo dinero, sin crear nada más que especulación destructiva. Es urgente que volvamos a una economía de la vida, centrada en satisfacer las necesidades de las familias, y que no se defina al margen de ellas o en su contra.

Porque eso es lo que está pasando. Una economía centrada en la maximización de los beneficios sin atender a las necesidades de las personas ha llegado a especular hasta con las cosechas de trigo, maíz y arroz; así unos pocos en Ámsterdam, Nueva York o Londres ganaban millones de euros o dólares a costa del hambre futura, pero cierta, de millones de personas. Esta es la mayor aberración contra natura que se comete en nuestro mundo.

La avaricia es una idolatría, decía san Pablo (Col 3,5); podríamos decir que es el pecado más mortal de nuestro mundo. Provoca explotación y esclavitud; en su nombre se declaran guerras; y se condena a países enteros al hambre y el empobrecimiento. La idolatría siempre exige sacrificios humanos.

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Pero la avaricia no está solo en mercados bursátiles lejos de nosotros. Cada vez que retenemos nuestros talentos y los dejamos inactivos, sin emplearlos en el bien común; cada vez que retenemos nuestros bienes, sin compartir, sin sentir como nuestra la necesidad de los pobres, estamos cayendo, también nosotros, en el pecado de avaricia. No merece el dinero que le des culto; solo el Padre de nuestro señor Jesucristo merece que creamos en Él. La avaricia seca el alma (Eclo 14,9).

Confiando en Jesucristo, nuestra vida vive en el gozo del encuentro y disfruta con lo necesario y lo sencillo. Es cuaresma.

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