Ecología humana

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( Mateo 10, 37-42 ) DURANTE SIGLOS y siglos, el hombre se había considerado criatura de Dios en medio de las otras criaturas. Reconocía que su vida estaba sometida a los procesos naturales, y que el nacer, el vivir y el morir eran momentos inseparables de la vida. La experiencia de la muerte era tan cotidiana que su sombra sobre cada persona siempre estaba presente. Pero con el humanismo moderno, con el avance de la medicina y con el alejamiento de la enfermedad, la vejez y la muerte a espacios fuera de la vida cotidiana, nuestra conciencia de la finitud de nuestra vida es como si se diluyera.

La experiencia de la pandemia nos ha devuelto a esa realidad cierta –aunque se nos ha seguido privando de las imágenes más crudas y realistas de la tragedia-. Tenemos una vida y solo merece la pena vivirla entregándola a quien lo merece y cuidando la vida de los más débiles. Todo lo demás es humo que se disipa y no tiene consistencia.

Cuidar a los nuestros, cuidar la naturaleza, cuidar de los más pobres; entregarnos, con sencillez, amando a los demás como Dios mismo nos ama y se entregó por nosotros: esto significa ser cristiano, esto nos llama nuestro bautismo.“Por el bautismo fuimos incorporados a la muerte de Cristo para resucitar a la vida nueva en Cristo” –nos dice san Pablo en la segunda lectura. Por eso cada día debemos acabarlo preguntándonos a quién hemos amado, qué vida hemos cuidado, qué entrega de nosotros mismos hemos podido hacer. Y también, quién nos ha amado, quién nos ha cuidado, quién ha entregado su vida para darnos vida… Qué alegría de tener vida para poder entregarla.

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