Sabiduría que no sapiencia

Mt 25, 1-13

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ENCUENTRA UNO la sabiduría en quien menos espera, en los pobres y los sencillos.
Hay quien es tremendamente inteligente en su profesión, inteligentes estudiosos, brillantes conferenciantes, admirados profesores, pero que en su vida personal viven atenazados por el juicio que de él hacen los otros, buscando constantemente una aprobación y una estiman que ellos no descubren en sí mismos. Son inteligentes, pero no tienen sabiduría.
Hay, también, quienes se las dan de listos y saben manejar los hilos de las situaciones para sacar provecho propio, para llevarse «el gato al agua», para sobresalir por encima de los demás. Estos son listos, pero no tienen la sabiduría que da serenidad en toda circunstancia; y cuando pierden se hunden en la autocompasión o en el rencor; en esa lucha que libran con sus contrincantes están siempre alerta y en tensión para que nadie se la juegue.

La verdadera sabiduría sabe reconocer y aceptar con paz los propios límites; sabe disfrutar del gozo inocente y profundo del presente; sabe sembrar y esperar el tiempo de la siega, tarde éste lo que tarde; sabe que la vida está en manos de Dios y que con él siempre hemos de contar para vivir felices con los nuestros. Hay personas poco inteligentes, pero tan sabios que han encontrado su lugar en el mundo. Hay personas inteligentes que han tenido que sufrir desengaños y enfermedad para intuir dónde está la verdadera sabiduría. Esa que es como el cariño verdadero, que ni se compra, ni se vende, ni se toma prestada.

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