La profundidad y el sentimiento han impregnado el Pregón de Valme que Juan María Ramírez Gutiérrez ha dedicado en este domingo de vísperas a la Virgen y su romería. Una composición de mucho rigor artístico y hora y cuarto de duración, que ha comenzado con treinta minutos de retraso sobre su horario oficial por un alargamiento de la Función Principal que el arzobispo de Sevilla, Juan José Asenjo ha pronunciado en la Parroquia de Santa María Magdalena.
Ya había comparado previamente su pregón con el manto celeste y estrellas bordadas en plata de la Virgen, por su sencillez, simbolismo y esa unión entre espiritualidad. Elementos todos muy presentes en una exaltación que sólo perseguía transmitir el amor a la Virgen de Valme y que se progresase en la madurez de la devoción a Santa María.
Para ello, Juan, o Juanito, como se le conoce y como se ha dirigido a él su presentador, Manuel García, ha salido al encuentro de la Virgen de Valme, como lo hiciera aquel niño que en su infancia se encontró con ella a su paso, desde la Calle Real. “La Virgen le sonrió, porque siempre sonríe, y le miró, porque siempre mira” y desde entonces no ha dejado de salir a su encuentro. Porque, como ha dejado bien claro Juan María, “Lo tengo todo cuando estoy contigo y si me faltas tú, Valme, no tengo nada, ni la vida”.
El pregón que ha pronunciado en una parroquia repleta de fieles ha sido una auténtica obra de catequesis pregonada, que, como los buenos cristianos, ha comenzado intentando ganarse la indulgencia, en pleno año de la Misericordia, por si “he podido ofender a alguien por mis pensamientos, palabras, obras y omisión. Además de guardar unos segundos de silencio por las víctimas que ha dejado a su paso el huracán Matthew.
Juan María también se ha acordado en este pregón de los Hijos de Valme, que somos todos, pero sobre todo de aquellas personas que más la necesitan, “a los que hay que educar en la fe, pastores y pastoreados, hijos de la devoción íntima y compartida”.
La rosa peregrinas
De ellos cuida la rosa que se escapa de la mano de la Virgen en su camerín, una “rosa que es peregrina y carretera, regalando salud donde el traspaso acecha, o una misionera que refresca la angustia del enfermo en la dura romería de la que ella es bonanza”. Y es que, según el pregonero, esta flor está impaciente por aliviar el día a día de sus pacientes, pidiéndole que no se marchites nunca y “no dejes de llevar salud a quien te espera”.
También habló de “los buenos valmistas que nos precedieron”, a los que invitó a acompañarle en este día para que “entre todo podamos honrarla”. A los carreteros o “artistas de las láminas de papel y las guirnaldas floreadas” y a “los escoltas de la Virgen, sus jinetes de tronío, que saben de estampas que nunca deben faltar en Valme”.
Pero el pregonero quiso tener un mensaje especial para la juventud nazarena a los que invitó a “construir un mundo equilibrado y un nuevo humanismo, utilizando las hermandades como trampolín hacia la santidad”. Les pidió que “se sintiesen orgullosos de la Virgen, convertidos en su jardinero para darla a conocer y que de esta forma la gente conozca a Dios”.
En este sentido, Juan María fue un paso más allá, afirmando que “nuestra tierra necesita un año mariano de Valme para dar buenos frutos a la iglesia y la ciudad”, algo que firmaría el rey San Fernando. Ya que Santa María de Valme ha sido “por Dios aquí entronizada como madre de los nazarenos y protectora de todas sus almas”.
Algo muy apropiado en estos tiempos de vísperas de la “cristiana y romántica” romería, una jornada para los sentidos y en la que la Virgen “se suele mostrar contenta, ya que nada le gusta más que vernos unidos a Ella con rezos y aplausos”. Por eso, en estos domingos de Valme “no hay planta que iguale a esta dulce clavellina” y “mi Gran Poder ha resucitado y se ha visto con Santa para ir de romería y proclamar que Valme es nuestra guía.
{xtypo_rounded3}Una presentación «innecesaria»
Tras escuchar un pregón, “con sabor a hermandad y renglones con olor a nardos”, muchas personas pudieron comprender mucho mejor las palabras con las que Manuel García presentó hora y cuarto antes al pregonero. Una persona que no necesitaba de su figura, ya que, «¿quién no conoce a Juan, a Juanito?». A él se refirió como “una persona que puede presumir de entrega y generosidad, con gestos de amor al prójimo”. Su calidad humana, su servicialidad y el amor a la madre de Dios son tres atributos que lo definen. Por ello lo animó a que “nos cuentes cómo vives esa Romería, compartida y solidaria, en la que prima su amor a la Virgen”. Por ello no podía haber elección más especial, como pregonero de Valme, en este Año de la Misericordia, que “un ser tan especial como Juan, al que nadie le enseñó la devoción a Valme, ya que fue uno de los elegidos para ir a su encuentro y que le abriera su corazón”.{/xtypo_rounded3}