Atraída por la novela La Familia de Alvareda, la condesa belga Juliette de Robersart llegó a Dos-Hermanas a mediados de diciembre de 1876 para conocer in situ los escenarios descritos en la referida obra de Fernán Caballero. Permaneció en nuestra entonces villa hasta marzo de 1877, alternando su estancia en Dos-Hermanas con alguna excursión a la capital hispalense.
Llegó en tren procedente de Sevilla, donde se había reencontrado con su admirada Fernán Caballero (la escritora moriría meses más tarde, el 7 de abril de 1877). Le esperaba en la estación nazarena su pariente doña Trinidad Desmaissières y Fernández de Santillán (1827-¿?) y la sirviente de ésta, Pilar García Pérez. Ella sería su anfitriona en nuestra entonces villa. Desde allí, se dirigieron las tres a la casa que acogería a tan ilustre aristócrata, propiedad de doña Trinidad y situada en el número 7 de la calle del Padre Tomás (‘Patomás’ en el habla popular), hoy bautizada con el nombre del arquitecto Aníbal González.
Así describió Juliette de Robersart el pueblo que la recibía: “Dos-Hermanas, es decir, las ‘dos hermanas’, es encantadora, como lo fue la antigua España, casi árabe, blanca como la nieve, pero sus casas de barro (sic) me asustan: casi todas las noches caen una o dos” y más tarde llegaría a reseñar que era “una de las mejores villas de España”. Y sobre la calle Padre Tomás escribió: “ofrece el más accidentado descuido; su arena roja está llena de surcos; cinco o seis de sus casas no tienen tejado; muchas están abandonadas”, al mismo tiempo que confesaba desconocer quién fue ese padre: “no sé si se le puede decir ora pro nobis al padre Tomás, su vida me es desconocida y exhorto a mis corresponsales que moderen su fervor”.
{xtypo_rounded2}Su obra
Todas las descripciones y anécdotas sobre su estancia en Dos-Hermanas, Sevilla y otras ciudades españolas fueron recogidas en la obra Lettres d’Espagne, par la comtesse J. de Robersart, que vio la luz en 1879, al mismo tiempo en París y en Brujas. Muchos años más tarde, en 1929, aparecería una nueva edición con dibujos de Gustave Doré. En este libro, la condesa recoge todos los tópicos al uso de los viajeros románticos franceses, aunque con toques de verismo novedosos.
Años antes, en 1865, había publicado otras Lettres d’Espagne, donde recogía las vivencias de su primer viaje a nuestro país, realizado dos años antes por motivos de salud.{/xtypo_rounded2}
Pero a pesar de estas amables descripciones, su estancia en la villa no resultó del todo divertida, debido a la tranquilidad y monotonía de la villa, pero sobre todo al problema del idioma. En una carta enviada a su gran amiga Charlotte de Grammont, le confiesa amargamente: “Henos aquí solas [ella y doña Trinidad] en mi casa árabe; no creo, que aparte de nosotras, haya una sola persona que hable francés en Dos-Hermanas”. Estaba asistida por tres viudas (“infinitamente más vestidas e infinitamente menos bonitas que las tres gracias”) sirvientas de doña Trinidad y que, por supuesto, no hablaban su idioma. Conocemos la identidad de dos de ellas: las hermanas Josefa y Antonia Maqueda Navas. Para distraerla, doña Trinidad le leía “la excelente Siglo Futuro, que hace una guerra a muerte a los católicos liberales”. Recordemos que esa revista estaba editada por los integristas, una de las ramas del carlismo, lo que nos revela las ideas políticas tanto de doña Trinidad como de la condesa.
Cuando el tiempo lo permitía, la condesa paseaba por las calles de la villa, dejando en sus cartas una descripción de las vestimentas de los nazarenos: “Los campesinos, sin corbatas, llevan en general, una camisa bordada, pantalones negros, un cinturón rojo y una chaqueta bordada con unas flores en medio de la espalda. Los sombreros varían. Andan como las mujeres, balanceándose; calzan alpargatas y si ya no tienen la espada, conservan la capa. […] Aquí las mujeres se visten con trajes muy largos de algodón, frecuentemente, con un fondo en blanco, se envuelven en grandes chales y llevan pañuelos en la cabeza”. Visitó también la parroquia de Santa María Magdalena, de la que diría que “es magnífica antes que bella, posee la célebre Virgen que San Fernando llevaba en sus combates”; el mercado de la villa, que se hacía al aire libre pues aún no se había construido un edificio propio; y, por supuesto, la capilla de Santa Ana. Sobre su estancia en el templo de la Patrona escribió a su amiga Grammont: “Copié todo un gran tablero escrito en la capilla de Santa Ana, sobre las dos hermanas, Elvira y Estefanía Nazareno, que descubrieron las reliquias enterradas aquí cuando se aproximaron los moros, y que dieron su nombre a este bello pueblo; es muy fastidioso, pero si lo pides, te lo enviaré”. Ese tablero era la versión de la leyenda de Santa Ana escrita por fray Isidoro de Castro e impresa en 1795. Asimismo, se trasladó al campo nazareno, presenciando en una ocasión en las tierras de la hacienda de Maestre la recolección de la aceituna. Afirmaría que ésta “se hace frecuentemente por doscientas o trescientas personas a la vez. Hace falta habilidad y ciertos conocimientos para coger el fruto y no dañar el olivo”.
A principios de marzo de 1877 salió de Dos-Hermanas rumbo a Portugal, y pesar del aburrimiento y del mal clima que reinó durante buena parte de su estancia (hubo inundaciones que cortaron las comunicaciones entre Dos-Hermanas y Sevilla), la condesa escribiría de nuestra ciudad: “la poesía no abandona nunca a este pueblo encantador”.
{xtypo_rounded3}La condesa Juliette de Robersart
Juliette de Robersart nació el 28 de diciembre de 1824 en la ciudad belga de Mons, entonces perteneciente al Reino de los Países Bajos. Era hija de Alexis Joseph Constant, conde de Robersart, y de Marie Anne Delacoste, ambos vinculados con la aristocracia francesa. La familia poseía un extenso patrimonio, encontrándose entre sus posesiones los castillos de Wambrechies y de Nouvelles. Asimismo, recibió una exquisita educación afrancesada, pasando su niñez en una institución religiosa de París.
En poco espacio de tiempo fallecieron sus padres y su hermano menor, sumiendo a Juliette en una profunda soledad que combatió viajando por diversos países de Europa, entre ellos Italia y España. Se opuso firmemente a los rígidos convencionalismos de la época, rechazando de pleno el concepto de matrimonio que suponía la sumisión de la mujer al marido. Después de regresar de su segundo viaje a España, pasó a residir en su castillo de Wambrechies, cerca de Lille, donde falleció el 2 de enero de 1900.{/xtypo_rounded3}