Opresores e injustos

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(Lc 16, 1-13) NO DEJA DE indignarme el trato injusto que algunas personas tienen con los más débiles. Algunas de las mujeres que vienen a Cáritas parroquial están trabajando, dando horas en alguna casa del centro de Sevilla, o del barrio de Nervión o de los Remedios. Están trabajando y necesitan ayuda económica para poder sobrevivir.

Por 4 horas cada día, de lunes a sábado, pueden cobrar 350 euros; y, claro, con ese dinero no pueden mantener a su hijo y las necesidades de la casa. Hasta el bono-bus han de comprárselo ellas mismas. «Saldré a poco más de 3 euros la hora de trabajo, padre. Cuando le he pedido un poco de más sueldo me advierten que podrían buscarse a otra… Y como tengo mi familia allá no pueden ayudarme». Las tripas se me revuelven por la insensibilidad y el abuso injusto e inhumano.

Otras veces son creyentes de misa dominical los que, influenciados por tertulias televisivas sensacionalistas, sospechan denigran, desprecian a los inmigrantes que conviven con nosotros. Por el delito de un inmigrante defienden echarlos a todos; por las faltas en la convivencia de un pequeño grupo, los condenan a todos. Qué pronto se nos olvida que también nosotros fuimos inmigrantes en Alemania y en Suiza; qué falta de talento con los jóvenes españoles emigrados hoy en Inglaterra o Chile. En vez de escuchar al Evangelio escuchan al primer perro que ladra o cualquier gato que maúlla irritando.

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El signo más lacerante de descristianización de nuestra sociedad es la falta de solidaridad y compasión con el débil y el que sufre. Creemos en un solo Dios Padre de todos; por eso los cristianos sabemos que en el rostro de cada persona vemos a un hermano.

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