3º repartiendo juego

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(Juan 1,6-8.19-28 ) ¿CÓMO FUE la semana pasada? Un poco dura, ¿verdad? Esta semana, aunque continuamos con la fase intensa del entrenamiento, es más alegre: se trata de aprender a jugar en equipo y de disfrutar con nuestro propio juego.

Dos ejercicios se nos proponen en este tercer domingo de adviento. El primero es mirar todo lo bueno que tienen las personas que te rodean (…) La tentación es esa, es decir que no abunda la bondad y comenzar a mirar sólo la ambigüedad y el egoísmo que a los otros, como a nosotros mismos, nos limita. La tentación es vivir condenado a los otros. Mira a tu alrededor y valora todo lo noble y generoso que hay; examínalo todo y quédate con lo bueno. Sin ingenuidades, sin condenas, que el juego del evangelio no es un solitario y necesitamos saber que contamos con los demás para adelantar el Reino. No es que seamos todos excelentes, pero podemos ser, en equipo, testigos de la luz, y eso es mucho.

El segundo ejercicio es soñar. Soñar que llegará un día en el que Jesús mismo, nosotros seremos testigos, anunciará la buena noticia a los más pobres. En que Jesús mismo consolará a los que tienen el corazón desgarrado. En el que sacará a sus hijos de las prisiones en las que están sufriendo. En el que todos nos sentiremos como el campo en primavera cuando brotan todas las semillas y las ramas de los árboles se cuajan de brotes nuevos.

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Sí, sueña, echa a volar la imaginación y la creatividad; en lo cercano y lo lejano; en lo propio y lo ajeno. Que el músculo que tenemos más atrofiado es el de la utopía. Necesitamos soñar, confiar; adelantar con la imaginación lo que parece que no puede ser. Así se dirá de nosotros: “como no sabían que era imposible, lo hicieron realidad”.

 

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