Por amor al arte

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2101MIDNIGHT IN PARIS

Nunca he ocultado que soy seguidor incondicional de Woody Allen, al que considero un verdadero maestro. Ello no implica que, de vez en cuando, me sienta decepcionado por alguna de sus obras. Es lógico. Al ritmo de una película al año que lleva desde hace décadas, es normal que tenga altibajos en su trayectoria, y que ocasionalmente presente cintas más flojas. Aunque también hay veces en las que el maestro crea joyas, auténticas maravillas, como la que nos trae este año, esta Midnight in Paris, que deja bien claro que aquellos que declaran que el autor neoyorquino ya está acabado están equivocados.

{xtypo_code}España-Estados Unidos, 2011. (94′).
Escrita y dirigida: Woody Allen.
Producción: Letty Aronson, Jaume Roures, Stephen Tenembaum.
Fotografía: Darius Khondji.
Montaje: Alisa Lepselter.
Intérpretes: Owen Wilson, Rachel McAdams, Mimi Kennedy, Corey Stoll, Tom Hiddleston, Marion Cotillard, Michael Sheen, Alison Pill, Kathy Bates, Léa Seydoux, Adrien Brody, Kurt Fuller, Carla Bruni, Marcial di Fonzo Bo.{/xtypo_code}

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Con esta película, el director sigue en Europa tras las cuatro cintas rodadas en Londres y la que filmó en Barcelona. Y vuelve a París, una ciudad que ama, y que ya visitó (brevemente) hace quince años, con Todos dicen I love you. Aunque en esta ocasión, el homenaje es total, es el regalo a una gran ciudad, que dan ganas de visitar sólo con ver los primeros tres minutos del metraje.

El comienzo es un compendio de los lugares más conocidos y hermosos de la capital francesa, unidos a la música de jazz tan común en el director. De hecho, se podría decir que esta cinta es a París lo mismo que Manhattan fue a Nueva York. La película es puro Allen, y tiene referencias a algunas de sus cintas más conocidas. La más clara, por la confrontación de realidades, por el deseo de vivir en un lugar mejor, por los personajes que se ven inmersos en realidades a las que no pertenecen, a esa maravilla que es La rosa púrpura del Cairo, pero también a Zelig y Desmontando a Harry.

Midnight in Paris cuenta la historia de una joven pareja, a punto de casarse que viaja a París con los ricos padres de ella. Él es un popular guionista de Hollywood que quiere empezar su carrera como novelista, y para ello quiere mudarse a la ciudad de la luz, un lugar en el que inspirarse. Pero ella quiere vivir en las costas de Malibú. Casualmente, aparece un pedante profesor, conocido de la chica, al que ella, inexplicablemente, escucha con admiración. Poco más se puede contar del argumento sin desvelar su principal sorpresa.

Allen recurre a sus temas de (casi) siempre, pero lo hace con frescura, como si fuese la primera vez. El protagonista se encuentra con un dilema vital, el conflicto de la historia, si vuelve a Malibú tiene el futuro asegurado, pero haciendo algo que no le gusta, y a su novia le interesa poco sus problemas; frente a ello, París le ofrece un mundo de posibilidades, de sueños, aunque ni él sabe muy bien lo que quiere.
Midnight in Paris es una película que funciona, sin estridencias, avanza casi sin que te des cuenta, una película en la que todo encaja, con grandes interpretaciones (Owen Wilson está magnífico), con un puñado de gags magistrales (el chiste sobre

El ángel exterminador de Luis Buñuel es, sencillamente brillante), múltiples referencias culturales que Allen homenajea y bromea con ellas, y que es, pese al pesimismo alegre que se vislumbra en toda su obra, una celebración de la vida, del amor y del arte.

Y, sobre todo, la demostración empírica de que no cualquier tiempo pasado fue mejor. Y cuando vean la película (vayan, vayan, no se la pierdan) ya me dirán.

 

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