Cada vez que pancartas, cantos, lemas,
nos lo cuecen cual pan de cada día,
se lleva a la simpleza y se desvía
posibles soluciones al problema.
Aquí se trata siempre del silbato:
que suene, que reviente a la conciencia.
No importa que, calcada la insistencia,
convierta en rutinario al alegato.
Parece que al socaire feminista,
predecible o, peor, simple y sectario,
se quiere dar color al calendario
con un toque, un tufillo populista.
Y al carro ya se apunta hasta el más tonto:
desde el buen sindicato —últimamente
callado ante la crisis evidente—
hasta toda la clase gobernante,
que sin dar los pasitos adelante
a la hora de darnos soluciones,
no lo duda y se juega cada carta
con lemas que ornamentan sus pancartas
vacíos tal que están sus pantalones…
No creo en este día ya en las voces
que adornan las mamás ministeriales
al son de cochecitos oficiales,
distantes a violencia y padecer.
Tan sólo creo ya, a la valía,
la raza, la coraza y valentía
que abraza cada día una mujer…