El pasado mes de marzo me hicieron bisabuela, una gran alegría para todos, porque gracias a Dios tuvo mi joven nieta Sandra una niña preciosa a las cinco de la tarde. Fue un día de mucha impaciencia para todos en la familia, pero mereció la pena esperar catorce horas para tener entre nosotros esa lindeza. Esa personita tan tierna, delicada e indefensa, y tan bien hecha.
Después de tanto tiempo esperando, ya estaba entre nosotros, pero no vino ella sola, fueron nombrando a familiares sin parar todo el día, y fue curiosa la estampa de la sala de espera de maternidad del Virgen del Rocío. Allí estábamos personas de todas las razas y todas esperábamos los mismo: a los descendientes de la raza humana, lo más hermoso que ha creado Dios.
Pero somos tan desagradecidos que ya no damos valor a nada. Y vemos como tiran a sus propios hijos a los contenedores de basura. Eso no lo hacen ni los animales. Es mucha la desesperación que puede sentir una madre para llegar a hacer tal monstruosidad, pero ¿y si no es ella? y lo hace su pareja que no sabe lo que duele tener un hijo. Nunca se sabe nada referente a estos penosos casos, tan dolorosos e imperdonables. Con tantas parejas como hay deseosas de tener un hijo entre sus brazos.
A todas estas mujeres tan jóvenes que se quedan embarazadas y que son una carga más para sus padres, que se den cuenta de que tener un hijo no es una desgracia, hoy es un descuido, no estar bien informada, o pasar olímpicamente de todo o de todos, pero que nunca por favor lleguen a ese extremo. Que hablen en el mismo hospital o con sus propios padres, con una buena amiga… Todo antes que tirar sus propias entrañas.
Yo tengo cinco hijos y lo pasé mal, muy mal, pero doy gracias a Dios. Todos son trabajadores y personas honradas, ¿qué puede pedir más una madre?, solo que estén sanos.
Los padres somos los responsables de los hijos y es por lo que tenemos que pararnos más con ellos, que no es solo trabajar y trabajar. Nuestros hijos necesitan de nuestro cariño, un rato de charla, de nuestro "no" cuando veamos peligro para ellos, de mirar sus compañías, de abrazarlos a menudo, desaprobar sus malas contestaciones o sus grandes deshoras, aún cuando llegamos cansados o disgustados de nuestros trabajos.
No seamos nunca egoístas, todos necesitamos de otras personas, pero el hueco de los padres de cada uno no lo puede rellenar nadie. Padre y madre debemos enseñarles lo que es bueno o malo, a ser respetuosos, responsables, trabajadores, solidarios y, sobre todo, que miren hacia arriba, que Él es el que se preocupa de organizar nuestras vidas.
No echemos la culpa de nuestros errores a los profesores, nosotros los educaremos, ellos les enseñarán en sus clases para que sean brillantes talentos y personas de provecho. Cada uno tenemos que asumir nuestras obligaciones sin delegarlas.