Esta moda sospechosa
de ver al profesorado
como el gremio desgastado
que necesita alicientes,
se suele reflejar —curioso—
en cursitos milagrosos
para formar al docente.
Se le ofrece una amalgama
de propaganda pueril
que busca untar al atril
de un aire progre endulzado,
con ideas tan costosas
como absurdas que, ambiciosas,
lo dan todo por zanjado.
Eso mismo es lo que pasa
con el profe nazareno,
que está sufriendo de lleno
al cursillo-panacea,
basado en usar la risa
como parche a la cornisa
por la que se tambalea.
No está mal, claro que no.
Lo que pasa, lo que ocurre,
es que aquel que va y discurre
el curso por solución,
debe pensar —pobre mío—
que este soberano lío
lo arregla el curso en cuestión.
Y es que el problema del aula
se basa en una amalgama
de proyectos y programas
cambiantes según la zona,
que conforma y artesona
una escena singular
haciendo al profesorado
—con curso o no preparado—
reírse por no llorar…