Impunidades urbanas

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Los ciudadanos se preguntan por las memorables parejas de policías que iban a hacer y ser las delicias de todos los vecinos. Parejas para la seguridad, el orden y la garantía del cumplimiento de las leyes. ¿Dónde están?
 

Todos tenemos derecho al descanso, pero las movidas juveniles continúan con su acoso indiscriminado a los que duermen, es decir, a los que no pueden dormir. En especial se sienten agredidos los niños, los enfermos y los ancianos. Bajo sus ventanas y balcones un ruido infernal, grotesco se deja oír con la mayor impunidad que conocieron los tiempos.

Los empleados de la limpieza pública tienen ahora una nueva tarea en el recoger puntas de cigarrillos a las puertas de las empresas, amén de barrer al alba los excesos de las concentraciones nocturnas.  

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Ya es un hecho la rebelión tácita de los bares y cafeterías contra la ley del no fumar. Allí se reúnen, confundidos por entre los humos del tabaco, los fumadores y los que no.  

Se venden drogas a pocos metros de los colegios. Así se inician los neófitos de los estupefacientes y se consuelan los veteranos. Pero al fin, todos terminan mal. ¡Pobres chicos y chicas, que quisieron ser mucho y no serán nada! Por otra parte, no es nada difícil que los menores consigan comprar alcohol. Y menos aún que lo consuman.

Algunos de nuestros ancianos, segregados, excluidos de nuestra sociedad, malviven en las calles día y noche. También, jóvenes en condiciones miserables tratan de sobrevivir pretendiendo ser tenidos como guardacoches.
La pintura blanca de las señales de tráfico escasea sobre el penoso suelo de asfalto hasta casi desaparecer con los peligros consiguientes para conductores y peatones. Los coches  nos asfixian envueltos en una atmósfera turbia y maloliente. Aún en el mundo del tráfico rodado, se observa una tolerancia incomprensible con el correr dislocado de jóvenes motoristas sin cascos ni mayores prevenciones. Tormento de agentes de seguros, muchachos que hacen suyas las calles, como si de circuitos se tratara. Sus émulos, los coches epatantes, circulan a la velocidad que les apetece en una jungla de acero y muchos decibelios. Más allá otro conductor maneja con una sola mano, mientras con la otra sostiene su teléfono móvil en una tranquila, pero peligrosa conversación telefónica.

Las obras de las aceras y calzadas no siempre ofrecen una vía alternativa bien ordenada para el discurrir de los transeuntes. No obstante, gentilmente, piden disculpas por las molestias. Completan mucho los despropósitos, los ejércitos de perros domésticos que defecan y hacen la micción a placer en la vía pública sin contrariar siquiera a sus buenos amos.

Se mantiene la mezcla de deshechos en el área de los contenedores, que sobreviven en la suciedad habitual. No existe aún en la variedad de los desperdicios e inservibles un color o forma bien definida para cada uno de los cinco elementos desechables: metales, cristales, papeles, plásticos y restos de alimentos.

Seguro que, si cuidamos más los árboles, los jardines, los parques, ellos sabrán disimular nuestras miserias urbanas con su belleza natural.

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