Somos muchos, y estamos más solos que nunca, víctimas de estilos de vida profundamente egoístas, pues aunque sabemos que nada se puede hacer en soledad, se constata amargamente como el ser humano ha dejado de donarse y de quererse. Se me ocurre pensar en multitud de ancianos abandonados, en aquellos niños asesinados incluso antes de nacer, en la desbordante cifra de jóvenes sin esperanza de futuro, sin oportunidad alguna de poder crecer y realizarse, o en esa afluencia de migrantes, afanados en llegar a una tierra donde poder vivir armónicamente.
Desde luego, para empezar deberíamos cultivar más la valía de toda persona, ser más auténticos, cuidar más de la fragilidad de los individuos, ser más sensibles con esas gentes que caminan extraviadas. El mundo no requiere palmeros, sino parentelas que reconozcan el valor de toda vida humana, y la dignifiquen más allá de las meras apariencias. No es cuestión de palmas, sino de activar la cultura del abrazo del alma, de impulsar a los parlamentos para que mejore la vida de todo ciudadano, de inducir a que se multiplique el acompañamiento, evitando de este modo las divisiones sociales a través del diálogo y la cooperación entre culturas y generaciones diversas.
Sin duda, no hay mayor barbarie que la pérdida de toda relación entre semejantes. Por eso, es fundamental avanzar unidos y conjuntamente. Fuera privilegios. Se me ocurre pensar, en ese escenario que acaba de dibujarnos un experto independiente de la ONU, apuntando que un exceso de confianza en el sector privado podría llevar a un escenario de apartheid climático, en el que los ricos pagan para escapar del sobrecalentamiento, el hambre y los conflictos, mientras que el resto del mundo tiene que sufrir. Desde luego, personalmente no me parece nada ético privatizar los servicios básicos y la protección social. Ojalá ese mundo favorecido, a través de sus instituciones parlamentarias como garantes de que los gobiernos cumplan con sus deberes, acierten a evaluar los progresos conseguidos en un planeta globalizado como jamás, sepan analizar los próximos desafíos en su conjunto y la forma de abordarlos de modo efectivo.
Maduremos que la propia naturaleza humana tiende a compartirlo todo. No estamos hechos para el vacío, sino para la comunión conjunta de esfuerzos y voluntades. El respeto como lenguaje interno surge, precisamente, por esa necesidad ciudadana de estrecharse a alguien. Cambiemos las armas por los saludos.
La humanidad requiere por tanto sensibilizarse y ser más hospitalaria, hay que dejar de sentirse solos y comunicarse; ya no solo para ser comprendidos, sino para comprender; tampoco para ser amados, sino para amar; pues, lo trascendente será que el espíritu armónico reine y gobierne, con alcance global y la virtud de poder ensamblarse. Y todo es cuestión de todos, de toda la ciudadanía.