La cara atlántica del Algarve

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acantiladoGrandes acantilados en el Parque natural del suroeste alentejano y costa vicentina en auto-stop

Era un mes de agosto de hace ya algunos años cuando con mochila en mano y un mapa polvoriento que reposaba junto a mis otras cosillas de viajes, me dispuse a recorrer esta zona, por suerte protegida contra el turismo.

 

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FICHA TÉCNICA DEL VIAJEQué comer: Fréjoles con patata dulce en Aljezur, y los variados platos de pescado fresco como el sargo, dorada y lubina en Sagres.
Restaurantes recomendados: -“Forte de Beliche” en Sagres. “Mar e vista” en playa de Mareta (Sagres). -“Ruth” en Aljezur. -“Taberna de Gabao“ en Odeceixe.
Playas a  visitar: Zavial, Engrina, Beliche, Castelejo, Odeceixe. 
Recomendaciones: Andar por toda la costa, hay calas a las que se llega solo a pie.

Para situarnos en el mapa, estamos en el extremo oeste del Algarve, tomamos como referencia el cabo San Vicente.

El Parque es un espacio protegido que va desde el pueblo de Burgau y bordeando toda la costa atlántica hasta Odeceixe, justamente donde termina la región del Algarve y empieza El Alentejo.
Se camina a lo largo de ochenta mil hectáreas por imponentes peñas de pizarra en la costa occidental y calizas en la zona sur.

Camionetas, coches, bicicletas, e incluso un jeep de la Guardia Civil, utilicé para trasladarme entre las distintas localidades. Algunas traslados fáciles y otros no tanto, la espera a veces se hacía prolongada, pero al final nuestras mochilas entraban en el agradecido vehículo.

Burgau es nuestro primer destino, pequeño y tranquilo, la playa es corta y acogedora. Entre las casas blancas del borde de la costa, es fácil encontrar los tendederos de pulpos, que con el fuerte sol de la zona se ponen a secar.
A unos diez kilómetros escasos, una pequeña carretera nos lleva a Salema, una diminuta aldea en donde al empezar el día, las gaviotas se concentran en torno a los barcos recién llegados de alta mar, y esperan su turno para que las sobras de los pescadores sirvan de comida para el matinal de ese bello amanecer. La playa encerrada entre dos pequeños espigones, uno de ellos con una gran altura, hace que el lugar sea pintoresco. Más allá, por la costa, la playa de Zavial y Engrina, nos dan una muestra clara de lo virgen y salvaje de la zona.
Después de atravesar Raposeira, (pequeña aldea de casas con portales de los siglos XV y XVI, que fue uno de los lugares de residencia de D.Enrique. La Iglesia mayor está formada por una sola nave y un campanario que termina en pirámide octogonal), llegamos  a Vila do Bispo, bonita localidad donde la visita a la iglesia de nuestra Señora de la Concepción es obligada, ya que dispone de cuatro campanarios.

Frente a la iglesia se encuentra un taller de lanas “fios con historia”, hilos con historia, que muestra el proceso tradicional desde el tratamiento de la lana y la hilandería hasta la confección de artículos.
Desde aquí, nos tenemos que desviar a una de las playas más hermosas jamás vista.
Castelejo, es de las playas que nunca se olvidan, la primera mirada desde lo alto del acantilado fue impresionante, la marea baja dejaba al descubierto sobre la arena multitud de rocas, algunas ocultas entre la nieblilla que persistía en el lugar. Playa desierta, extensa, con grandes brumas venidas del atlántico, verticales acantilados de pizarra, y yo allí, en lo alto, contemplando toda esta panorámica.

Retornando de nuevo a Vila do Bispo, nos dirigimos ahora hacia Sagres, preciosa villa con una magnífica proyección mundial, debido a su situación geográfica.
Famosa fortaleza la que mandó construir el infante D.Enrique. Baleeira, que así se llaman las ruinas de dicha fortaleza fue atacada en 1587 por el corsario inglés Dake y construida en el siglo XV. Ahora declarada monumento nacional.
La visita al puerto pesquero es recomendable, y saborear los distintos platos de exquisitos pescados que en los variados chiringuito, bares y restaurante se pueden degustar.
Desde Sagres y antes de llegar al cabo San Vicente, nos encontramos la playa de Beliche, paraíso natural de los surfistas. Desde arriba, las tablas de distintos colores, suben y bajan acompañando a las grande olas. Los surfistas venidos de distintas partes de Europa, hacen de este lugar un rincón privilegiado para el disfrute del surf.
A pocos kilómetros llegamos al fin del mundo o la punta de Europa, como así se le conoce. El cabo San Vicente es el punto más al oeste del continente, en él los fuertes vientos son permanentes, y la vista sobre toda la costa es espectacular.

El faro, como hace siglos, alerta de la presencia de la costa, y con su ir y venir de luces, avisa a los cientos de barcos que atraviesan a diario el océano.
Retornando nuestros pasos a Vila do Bispo, la ruta nos llevará hasta Odeceixe, sin dejar de visitar la localidad de Aljezur y Garrapateira, pequeña aldea con un encanto especial. Por su situación,  es un enclave perfecto para disfrutar de la naturaleza, playas salvajes y un hermoso paisaje de interior.
Al final del recorrido se nos presenta a la vista una colina más, que alberga Odeceixe, el pueblo, que cuenta con un interesante museo del vino. La subida al cerro  nos llevará hasta el molino de viento, desde aquí la vista del río en su desembocadura nos llevará hasta Odeceixe-costa. La playa, con grandes acantilados, hace que el lugar sea uno de los más bonitos de la zona.

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