Abdelasis

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(Mateo 18,16-20) Hablaba hace tiempo con un amigo marroquí, Abdelasis, un joven venido a España a ganarse la vida vendiendo alfombras y otros enseres por las calles. Abdelasis es sincero creyente musulmán; me comentó que nosotros creíamos en Jesucristo lo mismo que ellos creían en Mahoma, pero que la fe cristiana y la musulmana eran parecidas.

Yo le comenté que en muchos aspectos nuestras formas de ver a Dios son semejantes, pero que había una diferencia importante. Para vosotros, le dije, Alá está en lo más alto, Mahoma mucho más bajo que Él, un poco más alto que nosotros que estamos todavía más hacia abajo. Mi amigo musulmán me dio la razón. Pero nosotros, le continué explicando, pensamos que Dios está en lo más alto –y lo señalé con la mano izquierda levantada-, y que Jesucristo, siendo un hombre como nosotros, tiene la dignidad  misma de Dios –y fui ascenciendo la mano derecha desde abajo, donde estamos los hombres, hasta la altura de la otra mano-. Mi amigo Abdelasis se llevó sus dos manos a la cabeza sin poder creer que los cristianos cayéramos en semejante blasfemia.

Y así es, a pesar de la debilidad en la que estamos constituidos, a pesar de nuestros pecados y  egoísmo, a pesar de nuestras cobardías y mediocridad, en el corazón humano Dios Padre puso la necesidad del amor, de un amor pleno, incondicionado, absoluto. Y la respuesta a esa necesidad es Jesucristo, un hombre como nosotros, pero que es fuente radical del amor mismo de Dios.

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Carnal, como nosotros; sufriente, como nosotros; necesitado de pan y de caricias, como nosotros. Y fuente de un amor tan pleno que ilumina, alienta y fortalece la debilidad de nuestro amor.

 

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