Empieza el curso académico. Escalofríos y repelús de pies a cabeza de padres, alumnos y profesores ante los despropósitos, frecuentes, de la enseñanza en nuestro país. Politizada, ideologizada en exceso, arrimada a maneras de creer que producen múltiples conflictos.
Tengo una entrevista con la directora de un concertado, maniatada está, pero con una mente libre. Me cuenta cosas horrendas que decir no quisiera, por molestas, rutinarias y dieciochescas. Inconsecuencias, mentiras, incompetencias. Constreñir en leyes lo que debe ser contemplativo y sereno, sin hora para terminar.
Se refiere, la maniatada, a la necesidad de insistir en la metodología inductiva o sea bajarse de todas las tarimas, también las de los ministerios y delegaciones para ver que está pasando entre los pupitres, en los barrios, en las botellonas. En las noches que terminan a la mañana de nuestros jóvenes, de nuestros adolescentes.
Me dice que se ha de imponer la educación personalizada, que así lo requieren las inteligencias múltiples de los alumnos. Pero que se ocupa, demasiadas veces, de profesores ofendidos y agobiados, caídos en depresiones de varios signos, ante el desenfreno juvenil. Que en muchos centros falta capacidad y autoridad para dirigir y financiar los ítems particulares de cada uno. Comenta la ingerencia trasnochada de la Administración Pública con las narices en los lugares que desconoce. Abre la ventana de su despacho y el aire articula sonidos cuando pasa a través de las hojas de los árboles del jardín y se deja oír una exclamación queda, un susurro: “¡No al centralismo!” Y explica que la enseñanza es algo profesional, antes que un acto político o religioso, para formar ciudadanos. Que si estamos por el respeto a la pluralidad uno de los singulares es la profesión de enseñantes. Respeto a una orientación pedagógica multidireccional, pluridisciplinar. Porque, si de creencias se tratara, en el escuchar está la mejor actitud de fe, de confianza.
Lástima que el sistema, léase las tinieblas exteriores, no nos deje profundizar “ad intra” y tengamos que hacerlo todo con la prisa de los derechos adquiridos, siendo, sin embargo, el sujeto principal de la educación el educando. Que apenas queda tiempo para lo que importa y demasiado para alienaciones y locuras variopintas.