Más efectista que efectiva

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Hay ocasiones en que, por uno u otro motivo, parece obligatorio rendirse ante determinado director y alabar absolutamente todo lo que haga, que todas sus películas son obras maestras y que él es uno de los mayores genios del cine, incluso antes de que su película llegue a las salas y se pueda comprobar empíricamente. Amenábar es uno de ellos.

España-Estados Unidos, 2009. (141’)
Título original: Agora.
Dirección: Alejandro Amenábar.
Producción: Álvaro Augustín, Fernando Bovaira.
Guión: Alejandro Amenábar y Mateo Gil.
Fotografía:  Xavi Giménez.
Música: Dario Marinelli.
Montaje: Nacho Ruiz Capillas.
Intérpretes: Rachel Weisz (Hipatia), Max Minghella (Davos), Oscar Isaac (Orestes), Michael Lonslade (Theon), Ashraf Barhom (Ammonios), Rupert Evans (Sinesio), Richard Durden (Olimpio), Sami Samir (Cirilo), Manuel Cauchi (Teófilo), Homayoun Ershadi (Aspasio), Oshri Cohen (Medoros), Harry Borg (Prefecto Evragios).

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Parece que todo se ha confabulado a su favor y que si no ves que es un maestro es que no tienes la más mínima idea de lo que estás hablando o que simplemente eres un envidioso que jamás logrará hacer lo que ha hecho él (a mí ya me cayeron numerosas críticas cuando dije que Abre los ojos me parecía un auténtico petardazo). Y en parte es cierto, ninguno de nosotros logrará nunca hacer lo que ha hecho él, del mismo modo que ninguno de nosotros tiene el apoyo mediático que él tiene desde el mismo momento en que se pone  a escribir el guión. Pero vayamos al grano y dediquémonos a Agora.

La historia se sitúa en Alejandría, en el siglo IV de nuestra era. En el Egipto bajo la ocupación de un imperio romano que empieza a declinar, en la ciudad donde se encuentra la mayor biblioteca que la historia ha conocido, y donde conviven tres religiones (la pagana, la judía y la cristiana, que acaba de ser legalizada por el imperio), la filósofa y astrónoma Hipatia (muy bien interpretada por Rachel Weisz) da clases en dicha biblioteca. Las revueltas religiosas se multiplican, enfrentando a los tres cultos. Mientras Orestes y el joven esclavo Davos compiten por el amor de Hipatia, ésta está más preocupada por encontrar una explicación al movimiento errático del Sol y otros planetas en el cielo.

Las tres historias conviven en el argumento de la película, yendo de una a otra o conviviendo a la vez en una misma secuencia. Si bien se detecta que la intención es decirnos que la político-religiosa es la más importante de las tres, y que ahí está el mensaje que el director quiere lanzarnos (la crítica contra los totalitarismos religiosos, sin importar de donde vengan, a pesar de que el peso de las atrocidades del cristianismo pesan más –no sólo acaban primero con el paganismo y después con el judaísmo, sino que destruyen un tesoro de la humanidad como era la Biblioteca de Alejandría, sólo porque la ciencia iba contra la palabra de dios–), a éste que les habla le parece más interesante la historia científica, que Amenábar utiliza como macguffin, es decir como trampa, como elemento que parece importante pero que después no lo es, como una distracción.

La historia científica sobre el descubrimiento del heliocentrismo, de que la Tierra no es el centro del universo (como se creyó hasta entonces y se siguió creyendo hasta muchos siglos después, ya que Hipatia no pudo desarrollarla) me resulta más atrayente, porque tiene más fuerza, más intensidad emocional. Y porque el resto es pirotecnia, una magnífica dirección artística, escenas con cientos de extras, decorados fantásticos y hasta efectos especiales muy logrados, y gusta, pero no enamoran. En definitiva, una película flojita, rodada con muchos medios, muy efectista, pero no del todo efectiva.

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