Las Habaneras de Cádiz
cumplen sus bodas de plata,
que se antojan de hojalata
si le damos su valor
a un himno, más que canción,
que lograra su esponsal
entre un genial Carlos Cano
y Antonio Burgos a manos
de una musa universal.
Es curiosa melodía;
se incrusta como un recuerdo,
se ajusta como un chambergo,
se musita en el camino
y te la pega el vecino
evocando, todo el día,
a amores sin aduana:
el uno, en lejana Habana,
y el otro en Andalucía…
Son canciones que se ajustan
a la piel del andaluz;
que refleja en versos, luz
por los antiguos costados,
destacando en un mercado
de canciones facilonas,
mal compuestas y burlonas;
bastas, lelas y jartibles,
que, lejos de esta Habanera,
suelen pecar de fulleras
cuando no de predecibles.
Y así va el arte en Sevilla…
por eso el aniversario
—esta perla al calendario—
de una obra sin fisuras;
llena de fuerza y ternura,
de sutileza, gracejo,
verso nuevo y compás viejo,
casta, ingenio y melodía,
queda en el verso incrustado
de un poeta arrodillado
ante tanta maestría…
Surubí Gardom