LA CONSPIRACIÓN DEL PÁNICO
Vivimos (desde hace unos años) en una época de paranoias conspirativas, de miedos, donde (absolutamente) todo y todos pueden formar parte del enemigo, del que no tiene ningún temor y cuya única pretensión es causar el caos, provocar el pánico en el pacífico y tranquilo hombre/ mujer corriente. Y lo normal en estos casos, es que ese temor, ese miedo, sea provocado por algo o alguien de fuera del ambiente en el que uno se mueve con asiduidad, en el extraño, o por qué no decirlo, en el extranjero.
Estados Unidos-Alemania, 2008. (117')
Título original: Eagle eye.
Director: D.J. Caruso.
Producción: Patrick Crowley, Alex Kurtzman, Edward McDonell, Roberto Orci.
Guión: John Glenn, Travis Wright, Hillary Seitz, Dan McDermott.
Fotografía: Dariusz Wolski.
Música: Brian Tyler.
Montaje: Jim Page.
Intérpretes: Shia LaBeouf (Jerry Shaw), Michelle Monaghan (Rachel Holloman), Rosario Dawson (Zoe Perez), Michael Chiklis (Secretario de Defensa Callister), Billy Bob Thornton (Agente Thomas Morgan), Ethan Embry (Agente Toby Grant), Anthony Azizi (Ranim Khalid), Cameron Boyce (Sam Holloman), Lynn Cohen (Sra. Wierzbowski), Bill Smitrovich (Almirante Thompson).
La conspiración del pánico, el nuevo artefacto pirotécnico de Hollywood, se basa en ello. O eso parece en un principio, porque después la cosa cambia (aunque de fondo siempre está el mismo temor). La historia comienza con un hecho que (mucho nos tememos) ha ocurrido en alguna que otra ocasión en la vida real: el alto mando militar estadounidense vigila al que creen un terrorista islamista en una pequeña aldea perdida de oriente; no existe total seguridad de su identidad, y todo parece indicar que están asistiendo a un funeral, pero se da la orden de ataque y se lanza un misil que provoca numerosos muertos inocentes. Después la historia se va por otros derroteros hasta que al final vuelve a este asunto que sirve de explicación (o se intenta que así sea) a todo lo que hemos presenciado.
La historia en cuestión: Jerry Shaw malvive como puede con un trabajo precario haciendo fotocopias. Tras asistir al funeral de su hermano gemelo, al regresar a casa se la encuentra llena de armas, documentos secretos del gobierno y cosas por el estilo. Una misteriosa voz de mujer al teléfono le invita a huir del FBI (que llegará a su casa en cuestión de segundos) y le informa de que debe seguir sus órdenes sino quiere morir. Así, se encontrará huyendo desesperadamente, con el FBI (que le considera un peligroso terrorista) pisándole los talones, sin saber para quién ‘trabaja’, ni qué se pretende de él. En su huída, intentando cumplir todos los planes de la voz que le guía al teléfono y que parece controlarlo absolutamente todo, se verá ayudado por Rachel, una joven pasante de un bufete a la que también ha llamado la misma voz amenazándole con matar a su hijo pequeño.
La cinta de Caruso (que ya colaboró con el protagonista, LaBeouf, en su anterior película, Disturbia) podría entenderse (una vez más, como en tantos otros filmes) como un temible Gran Hermano, un ojo que todo lo ve, como el que creara la mente de Orwell en 1984, elevado al cubo (por lo menos). El tema que subyace en el argumento es, sin duda, el de las maldades de la tecnología, el peligro que conlleva tanto avance cibernético, tanta informatización, tanta maquinaria superpotente (ríete tú de HAL 9000, aquel terrorífico ordenador de 2001: Una odisea en el espacio). Y claro, con una máquina con tanta capacidad como la que aparece aquí, es fácil pensar que todo es posible.
Al menos, así lo deben creer los guionistas de Hollywood, que deben pensar que los demás somos tontos. Una computadora así lo puede conseguir todo, absolutamente todo. Y nosotros vamos y nos los creemos. Para ayudar a crear esa sensación, director y guionista se confabulan para ametrallarnos con una cantidad ingente de información en la primera parte de la película. Pasan tantísimas cosas en tan poco tiempo, a tal velocidad se nos dan los datos, los cambios en la situación de los protagonistas, con la única pretensión de que nos rindamos, de que ante la dificultad para digerirlo todo digamos "vale, me lo creo" y a partir de ahí dar rienda suelta a la imaginación, y al ya mencionado 'todo vale'. Cuando lo cierto es que si nos paramos a analizar un poco lo que nos está contando, no sólo no vale todo, sino que uno llega a la conclusión de que lo que le están contando es sencillamente absurdo, ridículo. Y mucho más cuando lo que se pretende es lanzar un mensaje, mucho más allá del simple entretenimiento, donde la cinta funciona a ratos, porque ni siquiera en ese aspecto todo vale.