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Marcos 9,30-37) LAS PERSONAS que tenemos un cargo de relevancia, aunque sea poca, en la sociedad o en la iglesia hemos de estar siempre atentos a que esa responsabilidad, que se nos ha entregado, la ejerzamos como un servicio, y no como un privilegio o como un honor.

El refranero, como siempre certero y cruel, así lo advierte: “Si quieres conocer a Manolillo, dale un carguillo”. Y es que algunas veces los “manolillos” cuando recibimos un pequeño cargo ya queremos que nos llamen “don Manuel”, y que las personas estén a nuestro servicio. Cargos políticos, alcaldes y cargos municipales, presidentes de asociaciones de vecinos o encargados de una sección en la fábrica, hermanos mayores de hermandades, responsables de un área u otra de la parroquia, párrocos… Todos estamos tentados de que el cargo se nos suba a la cabeza.

Para eso hemos siempre de estar atentos a vivir desde la humildad, que se expresa en estar al servicio de las necesidades concretas de las personas, buscando ser los primeros en colaborar con los trabajos más bajos e ingratos; y atentos también en bien de todos, en lo que de nosotros dependa; sirviendo con agrado al más pequeño, sin emplear acritud con nadie. Al modo de Jesucristo, que no se aferró a su dignidad divina, sino que se hizo hombre y pasó por uno de tantos; aceptando la muerte, y una muerte de cruz. Por eso, ahora, toda rodilla se dobla ante su Nombre bendito, por su amor y su humildad.

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